¿Hay que compartirlo todo?


No sentirse obligado a compartir todo con el otro demuestra un grado saludable de amor. A amar se aprende, pero no se puede amar si no se reconoce como distinto al amado. Le queremos por aquello que no nos puede dar del todo, por aquello que él tiene y nosotros deseamos, por aquello que le hace deseable y por ello indominable.

Se vive un proyecto en común, se tienen hijos, se educan y además la pareja representa un apoyo para las dificultades que cada uno tiene en su trabajo o en sus relaciones.

Algunos creen que estar en pareja significa compartirlo todo, idea proveniente de un psiquismo frágil que tiende a reproducir un vínculo amoroso imposible: el primer vínculo con la madre, donde la indefensión del bebé provoca una dependencia extrema de la que se va liberando con el crecimiento, tanto físico como psíquico.

En la actitud extrema de compartirlo todo, un miembro de la pareja intenta borrar el pasado del otro, que renuncie a los amigos que no son comunes, a todo aquello que no hacen juntos. Esta tendencia asfixia a la pareja cuyos miembros, más que amarse, se han aferrado el uno al otro. Entonces no se respeta la independencia del otro porque se tiene miedo a la libertad propia. En el polo opuesto, pero también con dificultades para compartir con la pareja, se encuentran personas muy narcisistas que son incapaces de compartir actividades y proyectos, porque no tienen en cuenta al otro.

Para que la pareja sobreviva a los avatares que la convivencia le plantea tiene que poder habitar la soledad. Para estar con otro, hay que saber quién es uno.

Lazos maternales. Cristina no sabía por qué le ocultaba a Alberto que hacía un tratamiento psicoterapéutico, pero lo hacía. Ella vivía la relación con él de forma asfixiante y tener un espacio del que él no tuviera noticia alguna le parecía liberador. Cristina no había conocido a su padre, porque había muerto en un accidente de coche cuando ella era muy pequeña. En cuanto a la relación con su madre, estaba marcada por una fuerte ambivalencia: con frecuencia no podía soportarla, aunque también la quería. Sin poder evitarlo, a Cristina le pesaba demasiado lo que su madre le decía y el modo de liberarse de esa presión era discutir con ella, la sentía demasiado poderosa, precisamente porque no había podido librarse de su influencia. Su madre era una mujer que se quejaba mucho y no le daba a Cristina la posibilidad de separarse de ella. Haciéndose la victima, la atrapaba sin favorecer el vínculo amoroso que Cristina tenía con Alberto. Lo peor era que empezaba a vivir a éste de la misma forma que a su madre: como acaparador, controlador, asfixiante.

Cristina pudo elaborar en su espacio terapéutico el vínculo que tenía con su madre. Construyo allí, en ese espacio secreto para los demás, la imagen de un padre con los pocos datos que de él le habían dado. Y cuando pudo sentirse más firme y menos culpable de deseos y fantasías que nunca había realizado, pudo hacerse cargo de sí misma. A partir de entonces, ni su madre ni Alberto le parecieron tan agobiantes. Quizá era ella la que había dejado de tener una posición muy demandante. El espacio terapéutico había funcionado para ella como un padre que te acompaña para hacerte cargo de tu vida y que te ayuda a separarte de tu madre sin sentirte culpable. Aunque comprendía que esto era una explicación muy simplista para todo lo que había vivido en su tratamiento, a ella le servía, sentía que había podido hacerse cargo de la niña que había sido y ese desamparo que había tratado de cubrir apegándose a su madre y a su pareja se había transformado en el deseo de poder estar separada de su madre sin culpa y de querer a su pareja sin sentirse anulada. Había dejado de tener miedo a ser libre y por ello había dejado de sentirse controlada por ellos. Antes les echaba la culpa de sentirse asfixiada; ahora nadie podría hacerlo, había comprendido que la independencia nadie te la da, porque proviene del interior.

¿Por qué se quiere compartir todo con el otro? ¿Por miedo, por desconocimiento de uno mismo o por falta de valor para enfrentarse a las verdades individuales?

La pareja es la unión de dos sujetos, de dos subjetividades, de dos mundos internos, de dos realidades internas, de dos sexualidades, de dos historias, dos conciencias, dos inconscientes. Lo que no significa estar pegado uno al otro, ser iguales, o vivir en un estado simbiótico o parasitario. Interrelacionarse no significa confundirse. Amarse no es tener que compartirlo todo, sino poder compartir lo posible disfrutando de ello.

QUÉ NOS PASA

Cuando se siente como algo malo tener algo propio que no se comparte con la pareja, probablemente está funcionando una dependencia excesiva del otro.
El amor a otro no tiene que ver con compartir todo lo que nos pasa, sin ningún criterio. Es importante reflexionar antes de herir con el argumento de que hay que compartirlo todo. Guardarse aquello que creemos que sólo va a dañar a nuestra pareja o que no le concierne puede ser un acto de amor. Esto para nada quiere decir que se engañe al cónyuge, sino que no se le utilice para descargar sobre él cuestiones que no se tienen claras.Contener en la reserva de nuestro mundo interno determinadas verdades y espacios que en nada afectan a la pareja es un síntoma de independencia personal.
Ahora bien, algunas personas tienen la necesidad de callar algunas cuestiones e incluso de mentir en otras porque eso les produce una sensación de mayor libertad. Cuando esto ocurre con la pareja, es porque se esta reproduciendo una manera de actuar que demuestra cierta fragilidad emocional.

Estas personas se han sentido invadidas en su intimidad cuando estaban construyendo su identidad y omitiendo información se defienden de la excesiva intromisión del otro.

En estos casos se ha colocado a la pareja en una posición que no le corresponde, que es el de una madre invasora o un padre controlador, lo cual hablaría de que no se ha podido salir de una posición infantil.

QUÉ PODEMOS HACER

Compartir lo que deseamos con el otro pasa primero por conocerse bien a uno mismo y respetar tanto nuestra libertad como la suya.
Sólo después de haber procesado psicológicamente nuestros deseos y nuestros actos podremos compartir con el otro lo que nos ocurre, porque no será para descargar algo de lo que no podemos hacernos cargo, sino que lo haremos para compartir con ese otro lo que nos ha sucedido.
El amor requiere tener en cuenta al otro, tanto en lo que le gusta como en lo que le hiere. Si la expresión total de lo que sentimos está antes y por encima del daño que podemos ocasionar, el amor al otro es inevitablemente débil.
La aceptación de la libertad del otro pasa por no tener que compartirlo todo, pero para ello hay que haber realizado operaciones psicológicas que nos permitan no sufrir temores y miedos inconscientes que deterioren la relación. En caso de que esto ocurra, se puede acudir a una psicoterapia.

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