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Cuento: La muñeca y el mar


Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces.

- ¿Quién eres tú? – le preguntó al mar la muñeca de sal.

Con una sonrisa, el mar le respondió:

- Entra y compruébalo tú misma.

Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:

- ¡Ahora ya sé quién soy!.

Cuento: El cachorro y el tigre


Un cachorro, perdido en la selva, vió un tigre corriendo en su dirección. Comenzó entonces a pensar rápido, para ver si se le ocurría alguna idea que le salvase del tigre. Entonces vió unos huesos en el suelo y comenzó a morderlos.
Cuando el tigre estaba casi para atacarle, el cachorro dijo en alto:
- ¡Ah, este tigre que acabo de comer estaba delicioso!
El tigre, entonces, paró bruscamente y, muerto de miedo, dió media vuelta y huyó despavorido mientras pensaba para sí:
- ¡Menudo cachorro feroz! ¡Por poco me come a mi también!
Un mono que había visto todo, fue detrás del tigre y le contó cómo había sido engañado por el cachorro. El tigre se puso furioso y dijo:
- ¡Maldito cachorro! ¡Ahora me la vas a pagar!
El cachorro, entonces, vió que el tigre se aproximaba rápidamente a por él, con el mono sentado encima, y pensó:
- ¡Ah, mono traidor! ¿Y qué hago ahora?
Comenzó a pensar y de repente se le ocurrió una idea: se puso de espaldas al tigre y cuando éste llegó y estaba preparado para darle el primer zarpazo, el cachorro dijo en voz alta:
- ¡Será perezoso el m

Cuento: Cómo se abrió el sendero


Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Siendo animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.
Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, lider de un rebaño, que, viendo el espacio ya abierto, hizo a sus compañeros seguir por allí.
Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían, giraban a la derecha, a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva alternativa.
Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en un amplio camino donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos, si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro.
Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, posteriormente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto era el peor posible.

Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse nunca si aquélla es la mejor elección.

(Autor: Paulo Coelho. Publicado en "El Semanal", nº 729.)

Cuento de del viejo bajo el árbol


Un día, sentado el viejo sabio a la sombra de un árbol al borde del camino, estaba comiendo arroz con los dedos. Por allí pasaba un anciano muy rico que se indignó:
-¡Mirad a ese hombre! Dicen que es el sabio más grande de la provincia y está comiendo con los dedos. ¡Qué horror! Nunca le invitaré a mi casa.
Cinco minutos después apareció una elegan­te comitiva escoltada por tres guardias que acom­pañaba a pasear a dos damas.
-Oh, ¿no es ése el sabio del vergel de los ciruelos?
-Sí, es él.
-No le basta con ser un patán, sino que además es muy sucio. Nunca consentiremos re­cibirle en nuestra casa.
Al día siguiente, el rey de la provincia organi­zaba una gran recepción para celebrar el equi­noccio e invitó al sabio. También estaban invita­dos el anciano rico y las dos damas. El sabio, en el lugar de honor, comía con palillos y su ropa estaba inmaculada.
El hombre rico no pudo contenerse y le pre­guntó:
-¿Cómo puedes comer un día con los dedos y otro según las normas y las costumbres?
-¡Oh! es muy sencillo. No me atengo a las costumbres y me adapto al lugar donde me encuentro. Si estoy sentado bajo un árbol, me gusta comer con los dedos. Nadie me ve, aparte de los que pasan y me juzgan. Si se me invita, me acomodo a las costumbres de mi anfitrión.
El hombre meneó la cabeza.
Yo no podría actuar de esa manera. He de comer siempre con palillos.
-Entonces nunca verás más que un aspecto de las cosas -dijo el sabio.

Cuento: Asesinato en el Circo


Eran gemelos idénticos y habían nacido en un circo, fruto del amor de una pareja de trapecistas.

La vida de uno de ellos giraba alrededor de ese mágico escenario de arena y había logrado fama como payaso. El otro era el exitoso propietario del circo.

Desde niños, como un juego, acordaron reemplazarse mutuamente en sus roles y nunca alguno había notado la diferencia. No obstante, no reinaba el amor entre ellos sino la envidia, y aunque ambos a su manera eran famosos, ese maligno sentimiento había logrado oscurecer sus corazones.

Una fría y oscura noche de invierno, después de la función, cuando todos estaban entregados al reposo, una filosa hoja de cuchillo brilló a la luz de la luna. El certero impacto, cercenó el corazón de uno de los hermanos que descansaba confiado.

El otro no lloró en el funeral, pero en el fondo de sus ojos se podía ver una sombra.

El crimen nunca se esclareció y tampoco nunca se supo con certeza, quien de los dos había muerto.

Cuento :Una pareja difícil


Un Cuento para pensar

Abrió la puerta con la llave que aún conservaba, entró en la pieza y se quedó mirando la escena un rato. La cama todavía sin hacer, los platos de varios días sin lavar, la ropa usada sobre las dos únicas sillas y el mantel sucio sobre la mesa, le recordaron su larga condena.

¡Qué chiquero! Pensó con tristeza, y se apresuró a cerrar la puerta para que no pudieran ver los vecinos. – De qué me salvé al irme, pensó, – porque esto es lo que me esperaba el resto de mi vida si me quedaba.

De pronto escuchó el ruido de otra llave que giraba el picaporte y al darse vuelta, apareció la figura desaliñada del que había sido alguna vez alguien que ella creyó tan importante. Ese loco amor que le había hecho por tanto tiempo tanto daño, pero que por tener tan baja la autoestima y otras razones, no había podido dejar hasta ahora, a pesar de los abusos y los agravios.

Ni siquiera lo saludó, pero con voz decidida le aclaró de entrada: – La única razón por la que vine fue porque olvidé la ropa que tenía colgada en la soga del patio, porque es mía; no hay nada tuyo, porque vos sabés bien que te cambiás los calzoncillos, la camiseta y la camisa sólo los días sábados, cuando salís con tus amigos.

- Pero qué pasa, dijo él. – Ahora tengo yo la culpa de todo?

-No, la culpa es mía, por no sabe bien qué es el amor y vivir pendiente de tu persona, lavarte tu ropa, cocinarte, trabajar para mantenerte y además, soportar tus infidelidades y tus desplantes.

- Está bien, llevátelo todo pero no vuelvas, yo me voy a arreglar, porque en esta pieza nosotros dos ya éramos muchos.

- Y ahora íbamos a ser tres, pero no importa, no te merecés un hijo al precio de tratarme como una esclava y encima tener que trabajar para mantenerte.

-Un hijo, mío y tuyo, no lo puedo creer, ¿y te vas a ir así, sin decirme dónde vas, para impedir que conozca alguna vez a la carne de mi carne?

-No quiero siquiera que lo conozcas, pobre chico, un padre como vos, que nunca trabajó, que después de dormir todo el día me pide que le planche la camisa para salir, como si fuera su madre, y que vuelve a la madrugada borracho, sin un centavo en el bolsillo y con la pretensión de terminar la fiesta conmigo, para reconciliarse.

- Bueno, no es para tanto, después de todo siempre fui así y soy lo que soy.

- Si, ciega estuve todo este tiempo pero hasta aquí llegué, corto la cadena de este padecimiento y me voy. Me merezco alguien mejor que vos, que me quiera, me ayude, trabaje codo a codo conmigo y no me use como una cosa cualquiera.

-Que lástima, y yo que ya me había acostumbrado a vos, así son las mujeres, no se puede confiar en ninguna. Te aseguro que sólo voy a extrañar tus ravioles de los domingos, pero no importa, ya encontraré a alguien que me aprecie por lo que soy y no por lo que tengo, porque ahora me doy cuenta que te interesa más una cuenta bancaria que yo, que te amé tanto.

Cuento: El brujo


Néstor Agüero estaba casado hacia quince años con una mujer más joven y le preocupaba que ella se mostrara distante y esquiva.

Para conseguir su interés, le recomendaron a un brujo muy efectivo y entonces decidió hacerle una visita.

El día de la entrevista se encontró con un viejo, que sin quitarle los ojos de encima y sin preguntarle nada, le dijo que su problema se resolvería si hacía dos cosas: tomar un baño de asiento de cuarenta minutos todas las noches antes de acostarse y colocar sobre la mesita de luz un libro que le gustara.

Le pidió que volviera al mes siguiente asegurándole que su problema estaría definitivamente resuelto.

Tal como se lo había prometido, Néstor Agüero regresó a los treinta días muy satisfecho.

Cuando el brujo le preguntó cómo le había ido, le dijo:

- Le tengo que decir con franqueza que los baños de asiento sólo me los di dos veces, porque después de cuarenta minutos mi señora ya estaba dormida y no pude comprobar la eficacia del tratamiento.

-En cuanto al libro sobre la mesita de luz, me ayudó a dormirme después de haberme desvelado, con mi trasero tanto tiempo debajo del agua.

Pero hay algo más, yo creía que no me gustaba leer y no sabe cómo disfruté de la lectura esas dos noches. Tanto es así que casi no llegué a acordarme de la indiferencia de mi mujer, que ahora me tiene sin cuidado.

Por eso, al día siguiente fui de nuevo a la librería para reservar otros libros porque ahora tengo la intención de armar mi propia biblioteca.

- Y su mujer? Qué pasó con ella? Le preguntó el viejo.

- Ah, si, mi mujer, ahora no me deja leer tranquilo.

Cuento: El contrabandista


Todos sabían que era indiscutiblemente un contrabandista. Era incluso célebre por ello. Pero nadie había logrado jamás descubrirlo y mucho menos demostrarlo. Con frecuencia, cruzaba de la India a Pakistán a lomos de su burro, y los guardias, aun sospechando que contrabandeaba, no lograban obtener ninguna prueba de ello.

Transcurrieron los años y el contrabandista, ya entrado en edad, se retiró a vivir apaciblemente a un pueblo de la India. Un día, uno de los guardias que acertó a pasar por allí se lo encontró y le dijo:

--Yo he dejado de ser guardia y tú de ser contrabandista. Quiero pedirte un favor. Dime ahora, amigo, qué contrabandeabas.

Y el hombre repuso:

--Burros.



*El Maestro dice: Así el ser humano, en tanto no ha purificado su discernimiento, no logra ver la realidad.

Cuento: doce años después


Era un joven que había decidido seguir la vía de la evolución interior. Acudió a un maestro y le preguntó:

--Guruji, ¿qué instrucción debo seguir para hallar la verdad, para alcanzar la más alta sabiduría?

El maestro le dijo:

--He aquí, jovencito, todo lo que yo puedo decirte: todo es el Ser, la Conciencia Pura. De la misma manera que el agua se convierte en hielo, el Ser adopta todas las formas del universo. No hay nada excepto el Ser.

Tú eres el Ser. Reconoce que eres el Ser y habrás alcanzado la verdad, la más alta sabiduría.

El aspirante no se sintió satisfecho. Dijo:

--¿Eso es todo? ¿No puedes decirme algo más?

--Tal es toda mi enseñanza -aseveró el maestro-. No puedo brindarte otra instrucción.

El joven se sentía muy decepcionado, pues esperaba que el maestro le hubiese facilitado una instrucción secreta y algunas técnicas muy especiales, incluso un misterioso mantra.

Pero como realmente era un buscador genuino, aunque todavía muy ignorante, se dirigió a otro maestro y le pidió instrucción mística. Este segundo maestro dijo:

--No dudaré en proporcionártela, pero antes debes servirme durante doce años. Tendrás que trabajar muy duramente en mi ashram 2comunidad espiritual|. Por cierto, hay un trabajo ahora disponible. Se trata de recoger estiércol de búfalo.

Durante doce años, el joven trabajó en tan ingrata tarea. Por fin llegó el día en que se había cumplido el tiempo establecido por el maestro.

Habían pasado doce años; doce años recogiendo estiércol de búfalo. Se dirigió al maestro y le dijo:

--Maestro, ya no soy tan joven como era. El tiempo ha transcurrido. Han pasado una docena de años. Por favor, entrégame ahora la instrucción.

El maestro sonrió. Parsimoniosa y amorosamente, colocó una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol. Declaró:

--Toma buena nota. Mi enseñanza es que todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas del universo. Tú eres el Ser.

Espiritualmente maduro, al punto el discípulo comprendió la enseñanza y obtuvo iluminación. Pero cuando pasaron unos momentos y reaccionó, dijo:

--Me desconcierta, maestro, que tú me hayas dado la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Por qué habrá sido?

--Simplemente, porque la verdad no cambia en doce años, tu actitud ante ella, sí.



*El Maestro dice: Cuando estás espiritualmente preparado, hasta contemplar una hoja que se desprende del árbol puede abrirte a la verdad.

Cuento: El loro que pide libertad


Ésta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té de Cachemira.

Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente:

--¡Libertad, libertad, libertad!

No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”.

Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “!Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.

?Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”

*El Maestro dice: Como este loro, son muchos los seres humanos que dicen querer madurar y hallar la libertad interior, pero que se han acostumbrado a su jaula interna y no quieren abandonarla.

Cuento: Si hubiera un poco más de tiempo


Con algunos ahorros, un hombre de un pueblo de la India compró un burro joven. La persona que se lo vendió le previno de la cantidad de comida que tenía que procurarle todos los días.

Pero el nuevo propietario pensó que tal cantidad era excesiva y comenzó a restar comida día a día al pollino.

Hasta tal punto disminuyó la ración de alimento al asno que, un día, el pobre animal amaneció muerto. Entonces el hombre comenzó a gimotear y a lamentarse así:

--¡Qué desgracia! ¡Vaya fatalidad! Si me hubiera dado un poco más de tiempo antes de morirse, yo hubiera logrado que se acostumbrase a no comer nada en absoluto.



*El Maestro dice: Como este hombre son algunos negligentes y “avaros” buscadores espirituales: quieren conquistar la Sabiduría sin ningún ejercitamiento espiritual.

Cuento: El anciano y el niño


Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo.

Llegaron a una aldea caminando junto al asno y, al pasar por ella, un grupo de mozalbetes se rió de ellos, gritando:

--¡Mirad que par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro.

Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al pasar por el mismo, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Dijeron:

--¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y pobre niño caminando.

Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos.

Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando las gentes los vieron, exclamaron escandalizados:

--¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Habéis visto algo semejante?

El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado.

—¡Qué vergüenza!

Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y éstos comenzaron a vociferar:

--¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!

El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:

--Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas.

!Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!

De repente, el burro se revolvió, se precipitó en un barranco y murió.



*El Maestro dice: Si escucháis las opiniones de los demás, acabaréis muertos como este burro. Cerrad los oídos a la opinión ajena. Que aquello que los demás censuran te sea indiferente. Escucha únicamente la voz de tu corazón y no te pierdas en opiniones ajenas.

Cuento: Ignorancia


Se trataba de dos amigos no demasiado inteligentes. Habían decidido hacer una marcha y dormir en un establo. Caminaron durante toda la jornada. Al anochecer se alojaron, como tenían previsto, en un establo del que previamente tenían noticias. Estaban muy cansados y durmieron profundamente; pero, de madrugada, una pesadilla despertó a uno de los amigos. Zarandeó a su compañero, despertándolo, y le dijo:

--Sal fuera y dime si ha amanecido. Comprueba si ha salido el sol.

El hombre salió y vio que todo estaba muy oscuro. Volvió al establo y explicó:

--Oye, está todo tan oscuro que no puedo ver si el sol ha salido.

—¡No seas idiota! -exclamó el compañero-. ¿Acaso no puedes encender la linterna para ver si ha salido?



*El Maestro dice: Así procede muchas veces el ser humano en la búsqueda espiritual, sin utilizar el discernimiento correcto.

Cuento: El falso maestro


Era un renombrado maestro; uno de esos maestros que corren tras la fama y gustan de acumular más y más discípulos. En una descomunal carpa, reunió a varios cientos de discípulos y seguidores. Se irguió sobre sí mismo, impostó la voz y dijo:

--Amados míos, escuchad la voz del que sabe.

Se hizo un gran silencio. Hubiera podido escucharse el vuelo precipitado de un mosquito.

--Nunca debéis relacionaros con la mujer de otro; nunca. Tampoco debéis jamás beber alcohol, ni alimentaros con carne.

Uno de los asistentes se atrevió a preguntar:

--El otro día, ¿no eras tú el que estabas abrazado a la esposa de Jai?

--Sí, yo era -repuso el maestro.

Entonces, otro oyente preguntó:

--¿No te vi a ti el otro anochecer bebiendo en la taberna?

--Ése era yo -contestó el maestro.

Un tercer hombre interrogó al maestro:

--¿No eras tú el que el otro día comías carne en el mercado?

--Efectivamente -afirmó el maestro. En ese momento todos los asistentes se sintieron indignados y comenzaron a protestar.

--Entonces, ¿por qué nos pides a nosotros que no hagamos lo que tú haces?

Y el falso maestro repuso:

--Porque yo enseño, pero no practico.



*El Maestro dice: Si no encuentras un verdadero maestro al que seguir, conviértete tú mismo en maestro. En última instancia, tú eres tu discípulo y tu maestro.

Cuento: Nasrudín visitó la India


El célebre y contradictorio personaje sufí Mulla Nasrudín visitó la India. Llegó a Calcuta y comenzó a pasear por una de sus abigarradas calles. De repente vio a un hombre que estaba en cuclillas vendiendo lo que Nasrudín creyó que eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles picantes. Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad de los supuestos dulces, dispuesto a darse un gran atracón. Estaba muy contento, se sentó en un parque y comenzó a comer chiles a dos carrillos. Nada más morder el primero de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies. No obstante, Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la boca.

Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero seguía devorando los chiles. Asombrado, un paseante se aproximó a él y le dijo:

--Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en pequeñas cantidades?

Casi sin poder hablar, Nasrudín comento:

--Buen hombre, créeme, yo pensaba que estaba comprando dulces.

Pero Nasrudín seguía comiendo chiles. El paseante dijo:

--Bueno, está bien, pero ahora ya sabes que no son dulces. ¿Por qué sigues comiéndolos?

Entre toses y sollozos, Nasrudín dijo:

--Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar.



*El Maestro dice: No seas como Nasrudín. Toma lo mejor para tu evolución interior y arroja lo innecesario o pernicioso, aunque hayas invertido años en ello.