¿Para quién te vistes?


Trajes, pantalones, chaquetas, blusas, zapatos... Los nuevos tejidos y colores explotan en primavera para alimentar la sensualidad femenina, rica en matices y posibilidades. El vestido es nuestra segunda piel, la ropa nos protege, nos adorna, nos sentimos a gusto si acertamos con lo que nos ponemos o muy incómodas si fallamos en la elección.

Todos los días pensamos en qué ponernos y algo se relaja en nosotras cuando encontramos lo adecuado, como si estar de acuerdo con nosotras mismas estuviera, en alguna medida, estrechamente relacionado con encontrar la forma en que nos mostramos a los demás. Algo en la forma de vestir nos define, nos adjetiva y nos identifica con una manera de ser y estar en relación a los otros.

¿Qué relación tenemos con la ropa? ¿Nos vestimos sólo para nosotras mismas o para los otros? ¿Para los hombres o para las mujeres? ¿Nos preocupamos demasiado de la ropa o disfrutamos con ella? ¿Cómo se construye la relación que tenemos con nuestra forma de vestir?

Un placer heredado. Nos vestimos para nosotras mismas, pero aprendemos a hacerlo después de ser vestidas y cuidadas por una madre con la que más tarde nos identificaremos. Ella es la primera en proporcionarnos ese fondo de armario donde guardamos los primeros abrigos de autoestima y feminidad. Allí también guardamos las primeras telas que arropan nuestro cuerpo con el amor suficiente para vivir. Nos proporciona el modelo sobre el que aprenderemos a mirarnos, al que queremos parecernos o del que desearemos diferenciarnos.

Pero es en el intercambio con ella donde aprendemos a disfrutar de la ropa o a vivirla como un mero trámite. Cuando nos probamos una prenda, el espejo nos devuelve una imagen que viene cargada con nuestra particular y subjetiva forma de mirarnos. La representación que tenemos de nosotras mismas tiene que ver con nuestra historia emocional, a la que se añaden los modelos culturales que señalan a la mujer el camino a seguir para construir la identidad femenina.

Nos identificamos con una u otra forma de vestir según lo que representen para nosotras esas prendas, cómo se adapten a lo que nos sentimos y a los que deseamos ser. Hay factores externos, culturales y de moda, que influyen en cómo nos vestimos y en la idea que una mujer tiene de sí misma. Pero estos siempre se combinan con otros elementos internos, que son los determinantes para que una mujer se sienta a gusto consigo misma. Irene salió con unas amigas de compras y comenzó a observar la secuencia de cada una antes de comprar algo. Una de ellas, por ejemplo, se ponía la ropa, salía del probador para pedir opinión y después decidía. A otra lo que la animaba a comprar es que alguien se decidiera por algo. Era entonces cuando se daba cuenta de lo que quería, como si necesitara del deseo de las demás para aclarar el suyo.

Aquella noche, Irene tuvo un sueño. Se veía por la calle, vestida con un largo abrigo de piel que arrastraba por el suelo, cuando notó que la gente la señalaba y se reía. Ella se puso a llorar y se dio cuenta de que su cuerpo era muy pequeño, de niña. Al despertarse recordó que el abrigo del sueño se parecía a uno que tuvo su madre. Irene, de niña, un día se escondió en el armario materno y se metió dentro de su abrigo. Su madre siempre le pareció una mujer atractiva y con mucho gusto, aunque un poco fría. la mirada ajena. La madre de Irene había fomentado en su hija una buena relación con su feminidad. Pero ella encontró una forma propia de ser mujer cuando pudo romper la dependencia que tenía de su madre y elaborar la rivalidad hacia ella.

Un día entró en una tienda y se compró un vestido de flores, provocativo y moderno, algo que su madre jamás se pondría. No lo dudó y se encontró feliz. Hasta entonces, siempre dudaba qué comprar, como si no pudiera permitirse ser diferente a ella. Las compras de la tarde anterior, y sobre todo las de esa mujer que siempre cogía la ropa que le gustaba a otra, la hicieron recordar, inconscientemente, la relación con su madre, provocando un sueño que expresaba un antiguo deseo: que su madre la hubiera abrigado afectivamente más.

Nos vestimos en primer lugar para sentirnos bien con nosotras mismas, y para ello tenemos que desplazar la influencia que nuestra madre tuvo sobre nosotras y la de las mujeres que después nos sirvieron de modelo para construir nuestra identidad. Cuando lo hemos logrado nos vestimos para la mirada de los hombres, de los que tenemos menos dudas sobre lo que les gusta.

Las claves:

En ocasiones, se puede desear cambiar de aspecto. Por lo general, esto viene precedido de un deseo de cambio interno, de modificar algo que nos mantiene presas de una imagen que deseamos variar.
Los vestidos que nos embellecen contribuyen a que nos sintamos mejor, pero nunca podrán darnos una seguridad que no poseemos.  Todas tenemos un espejo interno que proviene de nuestra niñez y que puede cambiar la imagen que proyecta a medida que vamos conquistando un equilibrio entre cómo somos y cómo queremos ser.
Si al vestir se depende de la aprobación ajena, puede que no se haya conseguido una mirada autónoma. No hay que esperar a que la aprobación venga de afuera, sino aprobarse uno mismo.

El libro: “Lo femenino” Françoise Dolto (Ed. Paidós)

Este libro analiza los mitos de la feminidad, la función materna y el deseo inconsciente de tener hijos. Nos ayuda a comprender cómo la libido femenina une el cuerpo y el corazón y va del deseo al amor. Algo que sirve a la autora para describir los avatares del psiquismo de la mujer.

Se dirige especialmente a los lectores que se interesan por la evolución de las mujeres. Las relaciones entre el cuerpo y la mente, y entre el deseo y el amor ayudan a entender la complejidad de las relaciones entre géneros, y de éstas con sus hijos. Según Dolto, las modalidades de deseo femenino y masculino son diferentes, pero se complementan.

La construcción de la feminidad dura toda la vida. Que esta aventura resulte gratificante depende de la relación que la mujer tenga con sus deseos, además de reflexionar sobre la importancia que tiene el apoyo y la relación con otras mujeres.

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