La Angustia Existencial


Creemos que nada se puede comparar a la felicidad de sentirse realizado, o sea el hecho de tener conciencia de que estamos llevando a cabo nuestro propósito en la vida.

¿Pero es acaso un solo propósito el que se tiene en la vida; o es quizás un conglomerado de objetivos que vamos cumpliendo y que son los que van dibujando nuestro perfil como personas únicas?

No hay un solo propósito en esta vida, hay muchos, y se van presentando a medida que vivimos.

Los podríamos ver claramente si no nos encerráramos detrás de nuestros planes que no siempre coinciden con la realidad que estamos viviendo.

Por eso siempre digo que lo que es genuino para cada uno de nosotros, es lo más fácil de ver, porque es probable que sea lo que tenemos más cerca, y parezca lo más accesible y más sencillo de obtener que cualquier otra cosa, lo que se da sin tantas vueltas.

Llaman a la puerta y estamos haciendo algo que nos entretiene, tan absortos en nuestra tarea que el sólo hecho de tener que interrumpirla para abrir la puerta y ver quien es, nos pone de mal humor.

¿Qué es tan importante que no se puede dejar, para vivir lo que está pasando en el presente?

Vivimos una realidad que no es real, castillos en el aire, ilusiones pasajeras sin sustento, que no nos permiten ver las experiencias verdaderas.

El aburrimiento, ese mal endémico que aniquila las mejores intenciones, amortigua las sensaciones y nos hace insensibles a todo.

Cuando a la gente le pasa algo extraordinario no se anima a ser feliz y disfrutarlo porque está esperando que después venga la mala racha y se cumpla la ley de la compensación que es en la que creen los obsesivos.

Ninguno está libre de sentir angustia existencial, porque es la esencia de la vida, la que nos mueve para hacer lo que hay que hacer y nos corresponda.

El que se “achancha” y se deja estar en su chiquero sin conmoverse por nada, no tiene conciencia, o mejor dicho la tiene pero se ha acostumbrado a no escucharla.

Cualquier trabajo puede ser digno de hacer sentir a la persona que lo hace, realizada; si está convencida que tiene sentido para ella y también para los demás que la rodean. Porque no hay trabajos sin importancia, aunque de esto nos demos cuenta sólo cuando nadie los hace.

¿Hay acaso un trabajo más devaluado que retirar la basura de las calles? No lo creo, aunque tampoco es grato vestir a los muertos o cavar fosas en los cementerios. Sin embargo, el día que no pasa el recolector de residuos puede ser siniestro y no hablar si no existiera el sepulturero, ni el que se encarga en hacer que luzcan bien acicalados los fallecidos.

Al terminar una carrera la mayoría siente un gran vacío, porque todos los puntos finales de la vida nos recuerdan que no somos inmortales.

Una defensa para no cambiar, e ignorar que todo termina alguna vez en esta vida, consiste en empezar otra carrera en lugar de buscar un trabajo.

Esto sería la prueba de la aceptación del hecho de que no somos eternos y que tenemos que continuar con la nueva etapa, sea cual sea, porque siempre que algo termina viene por fin algo nuevo.

Son muchos los que no pueden hacer el duelo por la carrera terminada, porque no van a ir más a la facultad, no verán más a sus compañeros, por tener que enfrentar posibles fracasos o por tener que empezar cosas nuevas.

Conocí a alguien que había hecho tres carreras universitarias y nunca había trabajado a pesar de tener ya cuarenta años. Estaba aferrado a la idea de que siempre sería joven si era estudiante, que tal vez no engordaría ni se le caería el pelo, y que siempre luciría como un muchacho, como alguien que aún no es adulto y no está preparado para ser responsable.

La carrera no lo es todo, porque la vida tiene muchas áreas que desarrollar, además de la intelectual, el área afectiva por ejemplo, que puede hacer de nuestra propia vida y las de quienes queremos un éxito.

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