La Solidaridad


Muchas veces los jóvenes nos sacan de las casillas pero hay otras que nos enorgullecen.

Es normal que tengamos prejuicios sobre sus habituales formas de actuar, difíciles de erradicar, porque en su arrolladora ansia de vivir la apasionada etapa de la juventud, pueden llegar a desilusionar.

Afortunadamente ocurren cosas que deberían figurar en la primera plana de los diarios, para devolver la esperanza a muchos que ya no creen en la gente.

Este es un hecho real que sucedió hace unos años.

Un joven de quince años cayó enfermo, aquejado de una dolencia muy grave, que ponía en peligro su vida. La desesperación de la familia fue mucha pero a medida que los médicos fueron estudiando el caso con más detalle, aplicando todos los medios a su alcance, se aventuraron a dar un buen pronóstico, siempre y cuando se sometiera a un tratamiento agresivo de quimioterapia, que entre otras muchas contraindicaciones provocaba la caída del pelo.

Para un adulto, esta circunstancia, aunque puede resultar transitoria, suele ser muy traumático, porque obliga a alterar la propia imagen que sufre una modificación difícil de ocultar.

Imaginemos entonces, qué puede sentir cualquier adolescente que por lo general a esa edad suele asignarle al cuerpo una preocupación mucho mayor.

La búsqueda de la identidad, la inseguridad, la necesidad de aceptación propia de esa edad, configuran un panorama sombrío cuando se ven afectadas de alguna forma por circunstancias que no se pueden controlar.

Fue así, que de acuerdo a lo adelantado por los médicos, el tratamiento le provocó en poco tiempo la pérdida del cabello, hasta que quedar completamente calvo.

El extrañamiento que le provocaba su imagen distorsionada, le provocó una gran angustia y desazón. Tal es así, que demoró bastante tiempo para regresar al colegio, temeroso por la reacción de sus compañeros.

El día que se decidió a volver, entró a la escuela sin mirar a nadie manteniendo fija su mirada en el suelo. Casi corrió por los pasillos sin atreverse a alzar la mirada en ningún momento, para no encontrarse con miradas que lo avergonzaran.

Ingresó al aula todavía mirando el piso, y al levantar la vista, la sorpresa que experimentó lo conmovió hasta las lágrimas, porque todos sus compañeros estaban con sus cabezas rapadas.

Fue un enorme gesto de solidaridad muy difícil de llevar a cabo también para ellos, que como todos los adolescentes, suelen preocuparse demasiado por su aspecto externo.

Sin embargo, en esta ocasión, además de la aceptación y el afecto demostrado con esa actitud apoyada por unanimidad, se manifestó el deseo de ponerse en el lugar de él para disminuir su sufrimiento, expresando el auténtico sentido de la compasión.

Los jóvenes pueden enseñarnos a expresar nuestros sentimientos hacia los demás con estos gestos, que no resultan fáciles, porque exigen dejar de lado las propias necesidades despojándose de la obligación que pueden llegar a sentir de mantener las apariencias.

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