La Curación Espiritual


La curación espiritual la pueden realizar las personas que han logrado un cierto grado de espiritualidad o conciencia trascendente.

Estas personas pueden transmitir esa energía a otros y afectar algunos de los aspectos de sus cuerpos o estados de conciencia.

Según este nivel de conocimiento, existen cuatro cuerpos o estados de conciencia:

1)El cuerpo físico denso: que incluye todos los órganos y las funciones que permiten expresarse al alma.

2)El cuerpo etérico: que vitaliza y energiza al cuerpo físico y que se trata de una red de corrientes de energía a través de las cuales fluyen las fuerzas cósmicas.

3)El cuerpo astral o emocional, que incluye el dolor, el placer, el miedo, la ira y el amor.

4) El cuerpo mental, que es donde se originan el 5% de las enfermedades modernas.

El 90% de las patologías tienen su causa en el cuerpo etérico y el astral y los cuatro cuerpos forman parte de un solo mecanismo.

La ciencia ha demostrado la influencia del estrés, o sea del factor emocional, en gran parte de las enfermedades más graves.

El hombre actual es esencialmente emocional, por lo tanto, las causas de la mayoría de las patologías se encuentran en el cuerpo astral o emocional.

Los problemas de salud originados en el cuerpo astral o emocional se pueden atribuir, salvo en casos excepcionales, al aumento de los estímulos, a la falta de vitalidad, al ámbito de los sentimientos y de los deseos (frustrados o excesivamente gratificados), a fallas en el carácter, a la irritabilidad, y a las desilusiones profundas, a los placeres e impulsos ocultos.

Las dificultades se producen por el anhelo de ser y de poseer y por la falta de conocimiento que el hombre tiene de sus propósitos más sutiles.

Las leyes del arte de curar exigen dominar tres conocimientos:

1) las causas de las enfermedades.
2) los métodos de curación espiritual en función a las características tanto del curador como del paciente.
3) la curación psicológica de acuerdo a la vida interna del paciente; porque el arte del curador consiste en liberar al alma para que la vida vuelva a fluir libremente. Este trabajo es de la misma naturaleza que el intento de los científicos de liberar la energía del átomo, porque en esta liberación está la naturaleza del verdadero arte de curar.
4) El curador debe actuar desde las causas del mundo interno hasta las causas de los fenómenos del mundo externo.

Todo lo que se relaciona con la salud se origina:

1) en la experiencia de los tres cuerpos sutiles (energético, emocional y mental) que experimenta el cuerpo físico.
2) en el efecto que produce en cada individuo la situación en que se encuentra la humanidad como un todo.
3) en los efectos que produce la vida planetaria, que aún no comprendemos, pero de la que percibimos influencia.

El trabajo de curación grupal es el principal objetivo de este método; y es necesario que los grupos estén en armonía, con una actitud de amor y unión y con la intención de brindar lo mejor de si mismos; y que el curador tenga una buena relación con sus pacientes, porque ese vínculo ayuda a sus propósitos.

Un curador tiene que tener magnetismo, o sea la capacidad de ejercer influencia; y saber irradiar confianza, empatía y la energía de su alma, de su mente, de su cuerpo emocional y de su cuerpo vital, o sea de su cuerpo total; y esto lo logra con la meditación.

Al irradiar energía desde su mente perfectamente equilibrada, el curador estimula el alma y la mente del paciente, polarizando su voluntad; activa su cuerpo emocional a partir de su propio cuerpo emocional debidamente controlado y desinteresado devolviéndole el ritmo a su desequilibrio; y desde la estricta corrección de su cuerpo vital, lo ayuda a organizar sus fuerzas físicas.

Cuando el curador tiene magnetismo y es capaz de irradiar la fuerza de su alma al paciente, éste puede lograr la curación total o bien el estado mental óptimo que le permitirá seguir viviendo mejor con su dolencia.

El arte de la curación espiritual implica una entrega total de cuerpo, mente, fuerza vital y amor incondicional; tal como logró revivir recientemente una madre a su hijo recién nacido, que había sido declarado fallecido, abrazándolo contra su pecho desnudo.

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