Depresión y Angustia
La depresión es el síndrome de una de las dos fases del estado psicopatológico bipolar o ciclotímico, llamado también psicosis maníaco depresiva.
Sus síntomas se caracterizan por un decaimiento del humor, dificultades para trabajar, falta de gusto o interés por todo, lentitud en los movimientos, preocupación excesiva, pesimismo, desgano, cefaleas y principalmente por el insomnio que se va agravando progresivamente.
La persona depresiva se mueve por inercia, no por voluntad propia, no tiene fuerzas para vestirse, asearse ni para moverse, por lo que puede permanecer sentado sin hacer nada y con la mirada fija. La ideación es lenta, las asociaciones difíciles, los recuerdos son penosos y los esfuerzos mentales imposibles.
Estos pacientes se quejan de un estado de tristeza profunda no bien diferenciada, que suele ser una mezcla de aburrimiento, disgusto, desesperanza y dolor moral. Se sienten inseguros, impotentes, e incapaces de todas formas.
El pesimismo orienta sus conciencias hacia la infelicidad y la culpa, el futuro no les ofrece ningún horizonte y no esperan nada bueno.
Existe en la persona depresiva baja autoestima incrementada por la culpa, a veces por cosas objetivamente mínimas que lo hacen sentir indigno y hasta deshonesto.
La hipocondría, o sea el temor y a la vez el deseo de enfermarse, es parte de sus síntomas, aunque puede ser que no se reconozca enfermo sino culpable.
El deseo y la búsqueda de la muerte son constantes, el rechazo del alimento es frecuente y la idea de suicidio no lo abandona, considerándolo el castigo que cree merecer y la única solución.
La posibilidad del suicidio pone al depresivo en peligro de muerte, por lo tanto no es conveniente dejarlo solo, porque el impulso suicida sucede en forma súbita cuando parece estar más tranquilo.
El suicidio colectivo se observa en la mujer que puede llegar a matar también a sus hijos.
Los trastornos digestivos son constantes, puede haber perturbaciones del pulso y de la presión arterial y amenorrea o suspensión del período menstrual.
El trastorno bipolar aqueja más a las mujeres y suele presentar los primeros síntomas con lentitud alrededor de los cuarenta años.
Las crisis de depresión o melancolía suelen tener una evolución espontánea de alrededor de seis a siete meses y acaba lentamente como ha comenzado, aunque puede haber recaídas.
La intervención terapéutica con psicofármacos generalmente tiene un efecto espectacular, recobrando el paciente el sueño, el apetito y las ganas de vivir.
Esta patología tiene distintos niveles de formas clínicas, como la melancolía simple , con conciencia; la estuporosa cuando el enfermo queda inmóvil, sin hablar y sin comer; la ansiosa, con predominio de agitación, pánico, inquietud y sollozos; y la delirante referidas generalmente al pasado, con los remordimientos; o al futuro, con el temor o ansiedad.
Todas estas experiencias delirantes corresponden a la angustia melancólica, cuando son vivenciadas como persecutorias. El melancólico se siente amenazado, aprisionado o invadido por las fuerzas del mal que lo angustian.
Luego de atravesar la fase depresiva, el paciente entra en una fase maníaca, opuesta totalmente a la anterior, donde se puede observar una conducta hiperactiva, acelerada, e interesada en múltiples aspectos de la realidad.
Pueden pasar muchos años hasta que se vuelva a reiterar un nuevo episodio maníaco depresivo o bien puede presentarse al poco tiempo.
Los medicamentos antidepresivos son muy efectivos y reducen el tiempo de duración de los síntomas; y es recomendable proseguir el tratamiento durante largo tiempo.
La depresión reactiva es un trastorno que afecta a las personas que han sufrido una pérdida o que han atravesado experiencias muy traumáticas. Experimentan síntomas similares pero mucho más atenuados que el trastorno depresivo bipolar.
Este tipo de perturbación emocional es una dificultad de adaptación frente a situaciones nuevas difíciles de integrar a la personalidad que tiene buen pronóstico.
La vida actual, basada en términos de éxitos y de fracasos, lleva a las personas a perder de vista su verdadero propósito en la vida y a competir muchas veces en áreas que no están de acuerdo ni con sus intereses ni con sus propios valores, que les provoca un estado de frustración permanente que los puede llevar a la depresión y a la angustia.
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