Las Malas Compañías


Las malas compañías resultan atractivas porque son personas que se atreven a hacer lo prohibido. Tienen una imagen romántica porque emocionan y producen admiración, pero casi siempre terminan mal, porque se empeñan en caminar por la cuerda floja, no tienen miedo y tampoco nada que perder.

La mayoría de los padres suelen discriminar cuando alguien trata de pretender ser amigos de sus hijos y parecen tener una tabla de clasificación a la hora de evaluar las compañías que tienen. Recuerdan el viejo refrán “Dime con quién andas y te diré quién eres”, difícil de olvidar cuando algún desconocido se atreve a cruzar el umbral de sus casas.

A simple vista parece una crueldad pero ocurre que los jóvenes no pueden darse cuenta que una mala compañía puede llegar a ser un probable delincuente en potencia, principalmente cuando trata de rodearse de personas más débiles para dominarlas y utilizarlas para algún propósito riesgoso.

Los adolescentes de carácter lábil, tímidos, generalmente conflictuados y descontentos consigo mismos y con su familia, son la presa fácil para estos sujetos que están al acecho buscando una víctima para sus audaces caprichos.

Esa conducta antisocial es sin lugar a dudas el resultado de hogares deshechos, falta de continencia familiar, abandonos, pérdidas tempranas y abusos y es muy difícil que puedan lograr una buena adaptación con esos antecedentes. Por eso, si la personalidad se lo permite, suelen dirigir pandillas donde pueden encontrar un continente todos los débiles de carácter, con un entorno hostil.

Sentir el rechazo de la familia, falta de afecto y mantener con ellos vínculos enfermos producen un monto de agresividad que necesita ser canalizado de alguna forma y la barra es el ámbito ideal.

El jefe de una pandilla ante situaciones límites por lo general sale indemne, simplemente porque está habituado a enfrentar el peligro, que le atrae, y tiene mejores recursos para evadirlo.

Los secuaces son los que usualmente caen en los enfrentamientos con la policía o terminan presos si tienen un poco más de suerte.

Las drogas también juega un papel protagónico en estas bandas, porque generan recursos y esto les permite también consumirlas, actividades habituales en toda pandilla.

Para evitar esta seria amenaza para sus hijos, los padres tienen que alentarlos a canalizar sus energías a través del deporte, el estudio o el trabajo. Una persona joven no puede estar ociosa porque posee un monto de energía que no puede reprimir y en una gran ciudad se encuentra expuesto a toda clase de tentaciones que pueden hacerles perder su verdadero camino.

Tampoco pueden obligarlo a permanecer encerrado en su casa ni someterlo a una vigilancia estricta que resulta impracticable.

Lo ideal, es dialogar con él, conocer sus necesidades, tratarlo con afecto y comprensión, sin juzgarlo y aceptándolo como es, entendiendo sus cambios de humor, su inestabilidad, su apatía e indiferencia, que es la característica propia de la adolescencia, pero que es circunstancial y nunca definitiva, ya que alguna vez termina para dar paso a una persona nueva que logra adaptarse.

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