La Psicología y el Taoísmo


Los grandes pensadores antiguos fueron los primeros psicólogos, que preocupados por la dualidad del hombre, sus pasiones y sus sufrimientos intentaron comprender el sentido de la vida señalando un posible camino hacia la paz interior.

Se atribuye a Lao Tse, contemporáneo de Confucio, la ideología Taoísta en China, expuesta en el breve tratado llamado Tao Te Ching; aunque se ignora si realmente existió este personaje o si se trata de una compilación de doctrinas.

Como la mayoría de las doctrinas, la moral constituye el pilar de su pensamiento, concepto que predomina tanto en la filosofía de Oriente como de Occidente.

El Tao significa el Ser Supremo, norma o razón de ser de la conducta humana, autor de los seres, su verdad y su vida. Trasciende a todo lo existente.

Lao Tse reconoce el misterio de la trascendencia pero se detiene respetuosamente en su umbral porque acepta que no hay palabras que la puedan expresar ni hay maestro que la pueda enseñar.

El Te significa la virtud del Tao, refiriéndose a la virtud moral y la fuerza potencial; y el Ching representa la forma, la esencia interna de cada cosa.

La concepción cósmica de Lao Tse es idéntica a la de Platón y el hermetismo, de Hermes.

El Tao crea y el Te perfecciona a las criaturas, o sea la materia y la virtud son inmanentes y naturales en el hombre, y el Ching hace que las cosas sean lo que son. El que logra el conocimiento del Tao, conocerá la vida que de Él procede, sabrá conservar en sí su fuerza y su vida no peligrará.

Nos dice que para ver claro hay que mirar lo pequeño, para ser fuerte hay que mantenerse blando, porque la blandura es más fuerte que la dureza porque la vida es blandura y la muerte rigidez; y la iluminación del Tao servirá de luz para volver a su claridad.

Considera que conservar la vida es la primera obligación sagrada y que los contrarios, como el bien y el mal, más que contrarios son fases diversas pero complementarias de un mismo movimiento pendular cósmico.

Aclara que el hombre perfecto se aplica a la tarea de encontrar lo que es para él en este mundo y de enseñar callando, sin intervenir, dejando a las cosas seguir su curso natural. Porque no es menester buscar nada trabajosamente; ya que hemos nacido para servirnos de lo que nos estaba ya preparado y somos nosotros los que hastiados de las cosas fáciles hemos hecho difícil la vida.

Todos los inventos están proscritos severamente desde esta ideología, porque deforman la naturaleza y porque cuanto más ingeniosos sean los hombres más monstruosidades aparecerán.

En cuanto al destino del hombre, después de haber bullido en el tiempo volverá a su raíz y en su raíz hallará su quietud, que será para volver a nacer.

Lao Tse distingue tres categorías de hombres en orden descendente: en primer lugar el soberano, con la tarea de gobernar sin ser notado, en segundo lugar el hombre perfecto, sabio y santo, que son aquellos iluminados por una ciencia superior; y por último el hombre vulgar.

Esta iluminación la dispone uno mismo con el desprendimiento y la liberación de todo afecto a las cosas temporales y bajas que entran por los sentidos. Porque hay que contentarse con lo espontáneo sin forzar las cosas.

La humildad para Lao Tse significa no singularizarse, no querer destacarse, no querer salirse del todo común al que uno pertenece. Para él, singularizarse es el suicidio porque el que pretenda dar pasos demasiado largos no podrá andar.

En el anonimato no hay ambiciones, sin ambiciones hay paz y el mundo se rectifica por sí mismo.

En cuanto al soberano, nos dice que el mejor gobierno es aquel en el que el pueblo no advierta estar gobernado y que crea que se está haciendo su voluntad.

Esta inoperancia imita la inoperancia omnipotente del Tao, que hace grandes obras en su imperturbable quietud y es el secreto de ganarse el mundo.

Afirma que el bienestar y la riqueza de la nación no aumentan con leyes y decretos, porque cuanto más decretos, más ladrones.

El Tao aparenta no ser demasiado agradable al oído pero sí es muy útil.

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