Recuperar la autoestima
Vivimos en una sociedad tristemente interesada, frívola, en la que cada cual va a sus asuntos y en las que, en muy pocas ocasiones, tratamos de respetar a los demás, viviendo en un (si se me permite la redundancia) sin vivir completo lleno de ansiedad, estrés, y angustia.
En la adolescencia, con el paso de la niñez hacia la edad adulta, los jóvenes comienzan a desarrollar su propia personalidad, empezando a formar sus valores como persona, a adoptar la identidad que lo identificará plenamente ante los demás, y a forjar una autoestima que, a veces, puede verse dañada.
Tal y como ya hemos visto en otros momentos, la autoestima viene a ser el resultado de lo que cada cual piensa de él mismo, pero también de las diferentes influencias que, sobre ella, han ejercicio no sólo sus padres, sino también sus familiares, amigos, y en definitiva aquellas personas relativamente cercanas.
La preocupación por el físico, el agradar o no a los demás, el mostrarse simpático o incluso de una forma totalmente distinta a como en realidad es puede ser una de las cuestiones más destacables de lo que se vendría a denominar como una autoestima débil: aquella en la que el sujeto tiende siempre a necesitar de la opinión y el agrado de los demás para sentirse bien y satisfecho consigo mismo.
Ante la más mínima opinión negativa sobre su cuerpo, o sobre su propia valía (por ejemplo como estudiante), puede motivar que el adolescente se sienta rechazado, comenzando un periodo de declive emocional que puede provocar que su propia autoestima se vea aún más dañada.
Para recuperar la autoestima, como hemos defendido en muchas ocasiones desde De Psicología, es vital confiar en uno mismo, queriéndonos tal y como somos, y, sobretodo, aceptarnos tal cual somos; porque a fin de cuentas, nadie nos querrá tanto o más como nos podemos querer a nosotros mismos.
Imagen | Flickr (Autora: Allejandra)
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