OSHO: Dos caminos para la energía: sexo y meditación
Reinicio mi charla con una breve historia. Hace muchos, muchos años, vivía en cierto país, un joven y famoso pintor. Una vez decidió crear un retrato realmente grandioso, un retrato en vivo lleno de la alegría de Dios, con un par de ojos que irradiasen paz eterna. Emprendió la búsqueda de una persona cuyo retrato reflejase la luz eterna, etérea.
Recorrió pueblo tras pueblo y una selva tras otra en busca de esa persona. Finalmente halló un pastor cuyos ojos brillaban, cuyo rostro y aspecto daban la vaga sensación de que provenía de una morada celestial. Bastaba echarle una mirada para convencerse de que Dios también se halla presente en el hombre.
El artista pintó un retrato de este hombre. Millones de copias del retrato se vendieron por todas partes. La gente se sentía agradecida por poder colgar el retrato en sus paredes.
Luego de un intervalo de veinte años, cuando el artista había envejecido, pensó en hacer otra obra maestra. Había experimentado que la vida no es sólo bondad; también Satanás mora en el hombre. La idea de pintar un cuadro de Satanás le perseguía, pues sólo tendría un hombre completo si tenía las dos pinturas, complementándose la una a la otra. Había realizado una pintura de la cualidad divina; ahora deseaba retratar a la encarnación del mal.
Deseaba hallar a un hombre que no fuese un hombre, sino un demonio. Recorrió templos del vicio, bares y manicomios. El sujeto debía estar lleno de los fuegos del infierno; su rostro debía mostrar todo lo que es malo, feo y sádico. Debía ser un símbolo del pecado...
Después de prolongada búsqueda, el artista encontró a un prisionero en una cárcel. El hombre había cometido siete asesinatos, y por eso se le había sentenciado a ser ahorcado en pocos días. El infierno era obvio en sus ojos; irradiaban odio. Su rostro era el más desagradable que pudieras encontrar. El artista comenzó a retratarlo.
Al terminar, trajo su pintura anterior y colocó una pintura al lado de la otra para apreciar el contraste. Desde el punto de vista artístico, era muy difícil decidir cuál era la mejor. Las dos eran maravillosas. Permaneció de pie, mirando los dos cuadros. Y entonces oyó un sollozo. Volteó la cabeza y vio al prisionero encadenado y llorando.
El pintor se quedó perplejo. Preguntó: «Amigo mío, ¿por qué lloras? ¿En qué forma te perturban estas pinturas?»
El prisionero respondió: «He intentado ocultar la verdad durante todos estos días, pero hoy me he visto vencido. Tú quizás no sabes que la primera pintura también es mi retrato. Ambos son retratos míos. Yo soy el mismo pastor que encontraste hace veinte años en las montañas. Lloro por mi caída en los últimos veinte años, del cielo al infierno, de Dios a Satanás».
No sé cuán cierta pueda ser esta historia. Sin embargo, una cosa es segura: la vida del hombre tiene dos lados opuestos, dos pinturas. En cada hombre están presentes tanto Satanás como Dios. En cada hombre existen tanto la posibilidad del cielo como la del infierno. En el hombre puede crecer un ramo de hermosas rosas; también en el hombre puede acumularse un montón de barro. Todos los hombres están balanceándose entre estos dos polos. El hombre puede llegar a cualquiera de estos dos extremos. La mayoría de las personas se in-clinan hacia lo infernal. Son escasos los afortunados que aspiran a lo espiritual, que permiten que la cualidad divina crezca en ellos. ¿Po-demos lograr transformar nuestra vida en un templo de Dios? ¿Podemos acaso transformarnos en una pintura que deje en evidencia a Dios? ¿Cómo es posible esto?
Con esta pregunta reinicio la discusión de hoy. ¿Cómo puede el hombre transformarse en el reflejo de Dios? ¿Es acaso posible conver-tir la vida del hombre en un paraíso, en una fragancia, en una belleza, en una armonía? ¿Es posible para un hombre conocer aquello que es inmortal? ¿Cómo puede el hombre entrar en el templo de Dios?
En este contexto, los hechos de la vida evidencian un avance en la dirección opuesta. En la niñez nos encontramos en el paraíso; pero, a medida que envejecemos, terminamos en el infierno. El mundo de la niñez está lleno de inocencia y pureza. Luego, avanzamos poco a poco en un camino lleno de mentiras y perfidia, y para cuando somos ancianos, somos viejos no sólo en cuanto al cuerpo, sino que también nuestras almas han envejecido. No es sólo el cuerpo el que se debilita y se vuelve enfermizo, sino que el alma también llega a un estado de ruina. Damos este cambio por sentado, como un hecho consumado, damos por finalizado el asunto y también nosotros mismos nos damos por acabados.
Acerca de esta caída, respecto al viaje entre cielo e infierno, la religión es fatalista. El viaje debiera ser hecho en la dirección opuesta. El viaje debiera resultar ventajoso: de la pena a la alegría, de la oscuridad a la luz, de la mortalidad a la inmortalidad. Alcanzar lo inmortal desde lo mortal es el anhelo, la sed de nuestra alma más re-cóndita. La única búsqueda del alma consiste en ir desde la oscuridad hacia la luz. Lo único que desea la energía primaria es ir desde lo falso hacia lo verdadero.
Pero para ese viaje, el hombre debe preservar su energía, debe permitir que su energía crezca. Para ascender hacia la Verdad, para llegar al alma, el hombre debiera esforzarse por transformarse en un depósito de fortaleza ilimitada. Sólo entonces podrá alcanzar lo Eter-no. El paraíso no es para los débiles. Repito, el paraíso no es para los débiles. La Verdad de la Vida no es para aquellos que disipan energía y se vuelven endebles y blandos. Aquellos que malgastan la energía de la vida y se vuelven insípidos e impotentes en su interior, no pue-den emprender esta jornada.
Escalar esas alturas requiere energía, y la conservación de la energía es el requisito primordial de la religión. Pero somos una gene-ración débil y enferma. Poco a poco nos deslizamos hacia profun-didades de más y más debilidad, debido a la pérdida de energía. La vitalidad se disipa, y lo que queda en nuestro interior es un panal de celdillas secas. No queda nada, excepto un espantoso vacío. Así es nuestra vida, si la podemos llamar así. Nuestra vida es sólo una triste historia de continua pérdida. La vida que llevamos no es provechosa.
¿A qué se debe esta situación tan poco atractiva? ¿Cómo perdemos nuestra energía? El mayor escape de energía en el hombre es a través del sexo y debería ser obstruido. A nadie le gusta soportar pérdidas, sin embargo, tal como les dije antes, existe un motivo irresistible que lleva al hombre a abusar de su energía. Debido al beatífico vislumbre que obtiene en el sexo, el hombre es arrastrado, lo quiera o no, a perder energía una y otra vez. Debido al luminoso, pero huidizo, éxtasis que el sexo otorga, éste ejerce un atractivo tan magnético que el hombre se precipita en él perdiendo aquello que es la base de todo.
Si el mismo éxtasis pudiera obtenerse mediante algún otro medio, uno dejaría de malgastar su energía a través del sexo. ¿Existe alguna otra alternativa para vivir esa misma experiencia? ¿Existe acaso algún otro medio a través del cual podamos vivir la misma exaltada experiencia, por la cual penetramos en los lugares más apartados del alma, por la cual alcanzamos la cima más elevada de la existencia y en la que obtenemos un vitalizador vislumbre del éxtasis sutil y de la pura alegría en el cual todas las definiciones se evaporan? ¿Existe alguna otra forma? ¿Existe otra técnica con la cual podamos zambu-llirnos y dejamos llevar a ese sereno abismo que existe en nuestro interior? ¿Existe acaso algún otro proceso para unirse con la fuente eterna de paz y felicidad que se halla en todos nosotros?
El conocimiento de esto significaría una metamorfosis en el hombre. Y entonces, el hombre le volvería la espalda a Kama y se volvería hacia Rama; su recorrido sería «desde la lujuria al Señor». Tendría lugar una revolución interna; una nueva puerta se abriría.
Si al hombre no se le muestra una nueva abertura, dará vueltas repetitivamente en círculos y se destruirá a sí mismo. El arcaico concepto del sexo que el hombre ha tenido, le ha impedido incluso pensar en ninguna otra puerta de salida, en ninguna salida superior. Así es como se ha creado un gran caos destructivo en su vida.
La naturaleza ha dotado a la vida sólo con una puerta: la del sexo, pero las enseñanzas a través de los siglos han atascado esa puerta de descarga. A falta de una abertura adecuada, la turbulenta vitalidad en nuestro interior da vueltas y vueltas, estrujando y desintegrando la personalidad del hombre, convirtiéndole en un neurótico. Y además, el hombre desintegrado, no puede utilizar la puerta natural del sexo, y así la oleada de energía proveniente del interior destroza los muros y ventanas de su ser y erupciona... Como consecuencia, el hombre se desploma, se hiere en la cabeza, se rompe brazos y piernas. La energía sexual, debido a su confinamiento, al cierre de su escape na-tural y debido también a que la puerta supernatural aún no se ha abierto, fluye por salidas no naturales. Esta situación representa la mayor desgracia de la Humanidad. Aún no se ha abierto una nueva puerta y la antigua ya está cerrada.
Es por eso que me pronuncio claramente en contra de las enseñanzas tradicionales respecto al sexo, que apuntan a la enemistad y a la represión. El resultado final de todas estas antiguas enseñanzas es que la sexualidad ha crecido en el hombre y además se ha per-vertido. ¿Cuál es el remedio? ¿No existe acaso otra alternativa? ...
Echemos una ojeada a la situación detenidamente. La realización que se alcanza en el orgasmo incluye dos elementos: la ausencia de ego y la ausencia de tiempo. El tiempo se congela y el ego se evapora. Debido a la ausencia de ego y a la detención del tiempo, obtenemos una clara visión de nuestro propio Yo: nuestro verdadero Yo. Entramos en contacto momentáneo con esa gloria y regresamos nuevamente a la rutina. Mientras tanto hemos perdido una considerable cantidad de energía.
La mente suspira por obtener ese resplandor, por atraparlo nuevamente, pero ese resplandor, ese vislumbre, es tan huidizo que apenas lo hemos mirado, ya ha desaparecido. Lo que queda es un anhelo, una obsesión, una loca ansiedad por obtener esa experiencia nuevamente. Durante toda su vida el hombre intenta una y otra vez asir aquello; pero este vislumbre, esta experiencia vivificante, no per-manece.
Existen dos formas de alcanzar esa superconsciencia, de alcanzar la esencia del Yo interno: el sexo y la meditación. El sexo es la puer-ta que la naturaleza otorga. Es un curso natural. Los animales lo tie-nen, las aves lo tienen, las plantas lo tienen, los hombres lo tienen. Mientras el hombre se valga de esta puerta proporcionada por la Naturaleza, no se hallará por encima de los animales; no puede elevarse. Esa puerta también está al alcance de los animales. El día en que el hombre pueda encontrar una nueva puerta deberá ser considerado como el amanecer de la condición de ser humano en él. Antes de eso, no somos humanos. Antes de eso, el centro de nuestra vida coincide con el centro animal, el centro de la Naturaleza. En realidad, estamos al nivel de los animales hasta que no nos elevemos sobre esto, hasta que lo trascendamos. Somos en apariencia, hombres; nos vestimos como hombres, hablamos el lenguaje de los hombres. Pero interiormente, en el fondo, en nuestro centro, somos como animales. No podemos ser más que eso. Y ése es el motivo por el cual, a la menor oportunidad, salta afuera el animal que tenemos adentro. Durante la conmoción que supuso la formación de la India y Pakistán, llegamos a descubrir que hay un animal carnívoro agazapado tras la máscara del hombre. Nos dimos cuenta de lo que son capaces de hacer los que oran en los templos y recitan el Gita. Saquean, asesinan, violan. La misma gente que vimos ayer orando en templos y mez-quitas, la vimos hoy violando en las calles. ¿Qué les ocurrió?
Un hombre se toma unas vacaciones respecto a su humanidad siempre que encuentra la más ligera oportunidad para relajar sus obligaciones, y el animal que está siempre al acecho en su interior, que siempre está anhelando expresarse totalmente, se lanza afuera. El hombre está siempre tenso, frenando a este animal, encadenándolo.
En una multitud, en medio de las aglomeraciones, halla la ocasión para deshacerse de este forzado atavío de humanidad y olvidarse de sí mismo. En medio de la multitud, reúne el valor necesario para ol-vidarse de sí mismo, de este yo forzado. El animal es liberado. El hombre, como ser humano individual, no ha cometido tantos pecados como lo ha hecho mezclado en una multitud. Un hombre en solitario tiene miedo de que alguien lo reconozca; un hombre en solitario se preocupa un poco de la vestimenta que lleva pues puede que le reconozcan; un hombre en solitario reflexiona primero sobre lo que va a hacer. Teme que los demás le puedan llamar «animal». Sin em-bargo, en medio de una gran multitud, pierde su identidad. No le preocupa ser identificado. Ahora forma parte de la muchedumbre, y hace lo que la gente que le rodea está haciendo.
¿Y qué es lo que hace? Arroja piedras, incendia, viola. En medio de la muchedumbre, aprovecha la oportunidad para liberar a su ani-mal. Y ése es el motivo por el cual el hombre comienza a ansiar la guerra cada cinco a diez años; espera alguna revuelta a fin de soltarse. Si es con el pretexto del problema hindú-musulmán, para él está bien. Sino, la causa gujarati-marathi también sirve a su propósito. Si los gujarati- marathis no están listos para un alboroto, el problema entre la gente que desea hablar hindi y la que no desea hacerlo también puede satisfacerle. Debe conseguir un pretexto, cualquier pretexto para liberar a la bestia oculta en su interior.
El animal oculto en el hombre está frustrado por su encarce-lamiento continuo. Aúlla queriendo salir. Pero a menos que este ani-mal sea vencido, destruido, la consciencia del hombre no puede ele-varse por encima de la bestialidad.
Nuestra energía animal, nuestra fuerza vital, tiene sólo una puerta de salida fácil, y esa salida es la del sexo. El sellar ese canal producirá problemas. Antes de sellar este canal es muy necesario abrir una nueva puerta, de modo que las energías puedan ser desviadas en otra dirección. Esto es posible, pero aún no se ha hecho por la sencilla razón de que reprimir es mucho más fácil que transformar. Es muy fácil, más fácil, cubrir algo, sentarse sobre ello, que abordarlo, transformarlo, porque esto último requiere esforzarse en una sadhana, en un continuo camino de acción meditativa. De este modo optamos por la represión interna del sexo.
Al mismo tiempo, no nos damos cuenta de que nada puede ser destruido mediante la represión. Al contrario, se hace más fuerte la reacción. También olvidamos que la represión intensifica el atractivo por lo que se reprime. Aquello que reprimimos se transforma en el centro de nuestra conciencia y se sumerge en los estratos más profundos de nuestro subconsciente. Lo reprimimos durante nuestras horas de vigilia, pero durante la noche aparece en nuestros sueños, interiormente espera con ansiedad poder liberarse a la más pequeña oportunidad.
La represión no liberará de nada al hombre. Al contrario, como consecuencia, sus raíces entran profundamente en el subconsciente y nos apresan. En el proceso de pisotear el sexo, el hombre se ha enredado a sí mismo. Está atrapado.
Tanto es así que, aun cuando los animales son activos dentro de ciertos límites y en ciertos períodos de tiempo, el hombre no tiene período ni límite respecto a este punto. El hombre es sexual durante todo el año, en todo momento. Sin excepción, ninguna criatura del mundo animal es sexualmente activa hasta ese punto. Tienen un lapso de tiempo específico para ello, un período, una temporada. Viene y se va. Por tanto, el animal nunca reflexiona acerca del asunto... Pero miren: ¿qué le ha ocurrido al hombre? Aquello que el hombre intenta reprimir, suprimir, se ha extendido a toda su vida, se halla activo todo el tiempo.
¿Has observado alguna vez que un animal no está siempre activo sexualmente, pero que el hombre se halla dispuesto en cualquier momento y en cualquier lugar? La sexualidad está humeando en su interior, como si la sexualidad lo fuese todo en la vida. ¿Cómo ha surgido esta perversión? ¿Cómo ocurrió este desastre? ¿Por qué no le ha ocurrido a ningún animal? Sólo existe un motivo para ello: el hombre ha intentado lo imposible para reprimir al sexo. Y éste, en igual medida, ha entrado en erupción atravesando su personalidad.
Y piensa en todo lo que tuvimos que hacer para reprimirlo... Tuvimos que asumir una actitud insultante; tuvimos que degradarlo, maltratarlo; tuvimos que llamarlo pecado; tuvimos que vociferar que es pecado; tuvimos que decretar que aquellos que disfrutaban del sexo debían ser despreciados, debían ser desdeñados; tuvimos que inventar muchos epítetos difamatorios, para aseguramos de que la represión ocurriera. Pero no comprendimos que todos estos abusos y objeciones envenenarían todo nuestro ser.
Nietzche dijo una frase que resulta muy indicativa. Dijo que, aun cuando la religión intentó envenenar al sexo para matarlo, el sexo no murió, sino que sigue vivo, pero lleno de veneno. Hubiese sido mejor que hubiese muerto, pero no ha sido así. Está envenenado, y sigue vivo... El plan falló. La sexualidad que vemos a nuestro alrededor es la representación del sexo envenenado.
El gusto por el sexo también está presente en los animales, pues el sexo es la fuente de la vida, pero la sexualidad sólo está presente en el hombre, no en los animales. Mira los ojos de un animal. No encontraremos allí lascivia. Pero si observas los ojos del hombre, no verás otra cosa que la sucia lascivia del sexo. Y así, los animales son bellos en cierta forma, pero no existe límite a la fealdad y al hedor del hombre, el loco represor.
Por tanto, como primer paso para liberar al hombre de la sexua-lidad, debería enseñársele a los niños -niños y niñas- el sexo como materia, tal y como les dije ayer. Además de ese conocimiento, la fea e innatural distancia que existe entre ellos debiera ser eliminada. En realidad, se les debería acercar unos a otros. Su segregación va en contra de la naturaleza. El hombre y la mujer se han transformado en dos especies totalmente diferentes. Observando esta separación, estos compartimentos hechos por el hombre, es difícil suponer que ambos son de la misma especie: seres humanos. Si niños y niñas im-púberes fuesen libres de moverse en la casa sin ropas, tal como quisieran y cuando lo desearan, esto cortaría de raíz la curiosidad obscena e innatural que surge en sus mentes a una edad posterior. Sabemos muy bien cómo esta ignorancia respecto al cuerpo del otro se manifiesta en cierto tipo de tonta curiosidad infantil. Por ejemplo, a todos los niños de familias civilizadas les gusta «jugar al médico».
Aún más: me pregunto si conocéis un nuevo movimiento iniciado por un sector de la sociedad americana. La gente religiosa intenta lograr que vacas, búfalos, perros, gatos, caballos y otros animales no salgan a los caminos sin ropas. Opinan que se les debería vestir antes de sacarlos a la calle. La idea es que los niños pueden contaminarse si miran a un animal desnudo. ¡Qué divertido es pensar que un niño pudiera contaminarse viendo a un animal desnudo! Quieren formar una institución que prohíba a los animales ir desnudos por las calles. ¡Observad, eso es lo mucho que se está haciendo para salvar al hombre!
Estos mal llamados redentores son los que están destruyendo al hombre. ¿Has notado alguna vez cuán maravillosos y hermosos son los animales, incluso desnudos? Aun en su desnudez son inocentes, simples y llanos. Muy rara vez se te puede haber ocurrido que el animal se halla desnudo. No se te ocurre que el animal está desnudo, a menos que ocultes tu propia desnudez en tu interior. Pero aquellos que son miedosos y cobardes, lo están intentando todo debido a su propio miedo a la desnudez. El hombre está degenerando día a día debido a las innovaciones de esta clase de remedios.
El hombre debiera ser tan simple que pudiera ponerse de pie desnudo, sin ropas, inocente y lleno de gozo. Una persona como Mahavira hizo eso precisamente. Del mismo modo, toda persona debería cultivar una mentalidad que le permitiera ponerse de pie desvestido. La gente, la gente religiosa, afirma que Mahavira descarto el llevar ropas, que abandonó los vestidos, pero yo lo niego. Su chitta -su consciencia- se volvió tan clara, tan inocente, tan pura como la de un niño. Cuando no queda absolutamente nada que ocultar, el hombre puede exponerse desnudo. Se levantó desnudo a enfrentarse al mundo.
El hombre se cubre debido a una sensación de que debe tapar algo en su interior. Pero cuando no hay nada que ocultar, uno puede andar sin ropas. Lo que se necesita es un mundo en el que cada indi-viduo se sienta tan poco culpable, donde tenga la mente tan pura y serena, que le sea posible eliminar sus ropas. ¿Qué crimen hay en eso? ¿Qué peligro tiene el andar desnudo?
Si la ropa se utiliza debido a otras razones, esa es otra cuestión, pero si las utiliza únicamente debido al miedo a la desnudez, resulta despreciable. Las ropas que se utilizan debido al temor a la desnudez, indican una desnudez mayor, son prueba de una mente contaminada. Pero hoy en día, incluso vestidos, nos sentimos responsables, como si aún no nos hubiésemos despojado de la desnudez interna. ¡Ah, Dios es tan infantil! Pudo haber creado al hombre con la ropa puesta...
Por cierto, por favor no concluyan que estoy en contra de utilizar ropa. Pero no tengo reparos en proclamar que la ropa que se utiliza únicamente debido al temor a la desnudez no cubre, sino que descu-bre, la desnudez. La conciencia de la desnudez es abyecta, innatural y depravada. Y son antiguas tradiciones sociales las que han produ-cido esta conciencia. Una persona puede seguir desnuda aun vestida, y una persona desnuda puede parecer vestida. ¿Es necesario explicar más este punto después de ver las ropas modernas pegadas a la piel de hombres y mujeres? Este es el resultado de la inclinación insatis-fecha por ver y mostrar el cuerpo. Si hombres y mujeres se hallasen familiarizados con el cuerpo del sexo opuesto, ocurriría automá-ticamente que las ropas no servirían a otro propósito que el de proteger el cuerpo. Sin embargo, ¡qué lástima!, hoy en día las ropas son diseñadas para despertar la sexualidad.
¿A dónde va la civilización del hombre si la ropa ya no es ropa, sino que se ha convertido en un auxiliar de la sexualidad? Por eso es por lo que propongo que a los niños se les permita permanecer des-nudos hasta una cierta edad. Deberían percibir que la necesidad de las ropas sirve a otro propósito.
Además, el concepto de la desnudez constituye una actitud sub-jetiva. Para una mente simple, para una mente inocente, la desnudez no es ofensiva: posee una belleza propia. Pero hasta ahora, el hombre ha sido alimentado con veneno y poco a poco, con el paso del tiempo, éste se ha extendido a la vida entera. Como consecuencia, nuestras actitudes se han vuelto desnaturalizadas. La opresión general ha en-gendrado más complicaciones.
Cuando hablé acerca de este tema en la primera reunión, en el Auditorio Bharatiya Vidya Bhavan, una mujer se acercó y me dijo: «Estoy furiosa. Estoy muy enojada con usted. El sexo es un tema infame. El sexo es pecado. ¿Por qué habló acerca de eso y de forma tan prolongada? Yo desprecio al sexo».
Ahora bien, observad esto. Esta mujer desprecia el sexo, aun cuando es una esposa, tiene un marido y también tiene hijos e hijas. ¿Cómo puede amar a su marido, que le arrastra al sexo, y cómo puede amar a esos niños, que nacieron del sexo? Su actitud hacia la vida está impregnada de veneno. Su amor será venenoso. Y entonces exis-tirá un profundo abismo entre marido y mujer. También aparecerá una cerca de espinas entre madre e hijos, porque estos son fruto del pecado. La relación que existe entre ella y su marido se halla orientada hacia el pecado, perseguida por un complejo inconsciente de culpa. ¿Y podemos acaso intimar con quien tenemos una relación peca-minosa? ¿Podemos acaso armonizar con el pecado?
Aquellos que han envilecido al sexo han destruido la vida conyugal en todo el mundo. Esta actitud destructiva le ha producido al hombre daño y no liberación. El hombre que siente una barrera invisible entre él y su esposa no puede sentirse satisfecho con ella. Mira a las mujeres que le rodean, acude a prostitutas. Todas las mujeres del mundo hubie-sen sido hermanas y madres para él si se hubiese visto totalmente gratificado en su hogar. A falta de esto, ve esposas potenciales en todas las mujeres. Esto es natural, debe ser así, pues encuentra veneno, pecado y repulsión donde hubiese debido recibir felicidad, éxtasis, serenidad. No logra satisfacer sus necesidades primarias y entonces vaga por todas partes, busca en todos lados, ¿y qué es lo que no es capaz de inventar para satisfacer esas necesidades básicas? Nos queda-remos perplejos si intentamos revisar o hacer una lista de todas las artimañas que ha inventado.
El hombre se las ingenió para inventar muchos, muchos trucos y artimañas, pero nunca pensó en reconsiderar el impedimento funda-mental. Aquello que era una laguna de amor, se ha convertido en una ciénaga de sexo, y la ciénaga está envenenada. Y cuando existe una clara sensación de pecado, de veneno, una sensación de vacilación entre esposo y esposa, esa sensación de culpabilidad echa por tierra la exaltación de la vida.
Tal como yo lo entiendo, si marido y mujer intentaran armónica-mente apreciar el sexo amándose comprensivamente el uno al otro, con una actitud de pura alegría, sin rechazo alguno, su relación será transformada, elevada. Y después de que esto suceda puede que la misma esposa esté allí, pero que lo esté bajo la apariencia de una madre. He oído que una vez, Kasturba , la mujer de Gandhi, viajó a Ceilán con Gandhiji y su comitiva. La persona que pronunciaba el discurso de bienvenida dijo que sentían afortunados al ser honrados también con la presencia de la madre de Gandhiji que acompañaba al Sr Gandhi en su viaje y que estaba sentada a su lado. El secretario de Gandhiji se quedó sin habla. Era error suyo; debió haber presentado antes a todos los miembros de la comitiva a los organizadores. Pero ya era demasiado tarde; Gandhiji ya estaba frente al micrófono y había iniciado su discurso. El secretario se temía la reprimenda que, después, le podía dar Gandhiji. No sabía que Gandhiji no se iba a enojar con él, pues son pocas las personas que logran transformar a su esposa en su madre. Gandhiji estaba hablando: «...Es una feliz coincidencia que el amigo que me ha presentado haya dicho, por error, la verdad. Desde hace unos pocos años, Kasturba se ha transformado en mi madre. Alguna vez fue mi esposa, pero ahora es mi madre».
Siempre es posible, si hombre y mujer se esfuerzan por examinar su vida sexual en forma meditativa, que se vuelvan amigos y logren complementarse el uno al otro en la transformación del sexo. Y el día en que marido y mujer logran transformar el sexo, nace entre ellos un sentimiento de abrumadora gratitud. Pero en la actualidad, entre ellos existe una innata y sutil enemistad; una inminente pugna, y no una serena amistad. Se produce una sensación de profunda satisfacción cuando cada uno actúa como medio para transformar los deseos sexuales del otro. Una verdadera amistad florece cuando se vuelven compañeros en este ascenso, en la trascendencia del acto sexual. Ese día, el hombre se llena de respeto por la mujer, porque ella le ayudó a liberarse de la lujuria sexual. Ese día, la mujer se llena de gratitud hacia el hombre, por la ayuda brindada para liberarse de su pasión. Desde ese día, viven en real armonía amorosa y no sumergidos en la lujuria. Esta regeneración es el inicio del viaje al final en el cual el marido se transforma en dios para la esposa y la esposa se transforma en la deidad para el marido. Pero esa posibilidad se halla envenenada.
Dije ayer que es difícil encontrar a un enemigo del sexo tan en-conado como yo. Eso no implica que maltrate o desacredite al sexo. Dije eso con intención, para guiarles en la dirección correcta de la trascendencia, para indicarles cómo puede ser transformada la lujuria. Soy un enemigo del sexo, en el sentido de que estoy a favor de la transformación del carbón en diamante. Deseo transformar el sexo.
¿Cómo puede hacerse? ¿Cuál es el procedimiento? Afirmo que se debería abrir una puerta, una nueva puerta. El sexo no aparece cuando el niño nace. Hay un tiempo de por medio. El cuerpo reunirá energía, las células se harán fuertes; transcurre tiempo antes de que el desarrollo del cuerpo se complete. La energía se acumulará y luego empujará hasta abrir la puerta que estuvo cerrada durante catorce años y ésa será su entrada en el mundo del sexo. Y una vez que una puerta se abre, es muy difícil abrir una nueva puerta por medio de la fuerza vital, puesto que toda la vitalidad, toda la energía, sigue fluyendo en la dirección en que está saliendo a chorros. Una vez que el Ganges ha trazado su curso, sigue fluyendo en el mismo surco. No busca diariamente un nuevo surco. El agua fresca viene todos los días, pero fluye por el mismo canal. Del mismo modo, la fuerza vital también traza un curso y luego sigue corriendo por el mismo trazado.
Si queremos curar al hombre de su sexualidad, resulta muy nece-sario practicar una nueva abertura antes de que la puerta del sexo se abra. La nueva puerta es la meditación. A todos los niños, a su más tierna edad, se les debería enseñar meditación. Las falsas enseñanzas en contra del sexo debieran ser prohibidas; se les debería enseñar meditación. Es una puerta positiva, una abertura superior. La fuerza vital debe decidir entre el sexo y la meditación. Y la meditación es una alternativa superior.
No condenes al sexo; en vez de eso, enseña la entrada a la medi-tación. Las charlas dadas a niños, niños y niñas, en contra del sexo a una tierna edad, solamente les advierten de la existencia del sexo. Esto es muy peligroso. Más tarde, esto les conducirá a las perversiones de una sexualidad inmadura. Cuando aún no se ha abierto ninguna puerta, cuando las puertas están cerradas, cuando la energía está a salvo, podría abrirse cualquiera de las puertas, pero la insistencia en las enseñanzas en contra del sexo es como llamar insistentemente a la puerta del sexo.
Una planta joven y flexible puede ser inclinada en cualquier dirección. También se inclina humildemente, por sí sola. Se endurece al crecer. Si tratas de doblarla cuando es adulta, se deformará, se rom-perá. Lo mismo ocurre en este caso. Es muy difícil alcanzar el estado de meditación a una edad madura. Intentar la meditación en gente de edad es como sembrar fuera de estación. La semilla de la meditación podría sembrase en los niños. Sin embargo, tal como el hombre es, se interesa por la meditación hacia el final de su vida. Entonces se halla ansioso por meditar, cuando ya la energía ha declinado, cuando todos los caminos para mejorar se han vuelto más difíciles. Es en-tonces cuando investiga la meditación y el yoga. Desea reformarse cuando la suerte ya está echada, cuando la transformación resulta difícil. El hombre con un pie en la tumba pregunta si podría liberarse a través de la meditación. Es extraño... Esa idea es una locura.
Nuestro planeta nunca podrá estar en paz a menos que iniciemos un viaje hacia la meditación en cada mente joven. Es inútil intentarlo con aquellos que se encuentran al final de sus fuerzas, que se encuen-tran en el atardecer de sus vidas. Aunque se intente, esto deman-daría un enorme esfuerzo que no rendiría muchos frutos. El objetivo podría alcanzarse si el intento se realiza temprano en la vida, cuando no exige mucho esfuerzo.
Así pues, el primer paso hacia la transformación del sexo es iniciar en la meditación a los niños pequeños. Enseñarles a ser calmados, a estar silenciosos, instruírles acerca del estado de no-mente. Aun cuando los niños no son calmados y quietos en el sentido de los adultos, si se les guía en la dirección correcta, si se les enseña a cultivar el discreto silencio y la placidez aunque sea sólo por unos instantes cada día, una puerta se abrirá antes de que tengan catorce años. Cuando el sexo levante su cabeza, cuando la energía esté a punto de rebosar, comenzará a fluir por la puerta que ya está abierta. Ellos ya habrán conocido y comprendido la serenidad, el éxtasis, la alegría, la ausencia de tiempo, la ausencia de ego, mucho antes de experimentar el sexo. Esta misma familiaridad previa evitará que su energía se vaya por canales equivocados y la dirigirá al camino correcto. En lugar de enseñar la calma de la meditación, les enseñamos a repudiar al sexo, porque el sexo es pecado. El sexo es sucio, feo y malo. Es el infierno. Los epítetos no alteran la situación para nada. Al contrario, los niños se sienten más curiosos por saber acerca de este infierno, de esta maldad, de esta suciedad, acerca de la cual los padres y los profesores se muestran tan temerosos y aterrados. Buscan la respuesta por todos lados. Están ansiosos por comprender este pandemónium; después de todo, ¿qué clase de espíritu malévolo es este sexo?
Y al poco tiempo llegan a saber que los mismos adultos se hallan involucrados, día y noche, en la misma búsqueda que se les censura a los niños. Consecuencia inmediata e instantánea de este descu-brimiento es que dejan de admirar a los padres. La educación moder-na no es, como se cree, responsable de que la veneración por los pa-dres haya diminuido en un grado tan alto. Los mismos padres son los responsables de esto. Rápidamente, los niños llegan a darse cuenta de la paradoja de que tú te halles sumergido en lo mismo que les aconsejas aborrecer, pues los niños son muy buenos observadores. Concluyen que tu vida nocturna es diferente de tu vida diurna, que tus prédicas y tus prácticas son muy diferentes. Se dan cuenta de lo que ocurre en la casa. Infieren que, independientemente de que sea llamado sucio por su padre y malo por su madre, las mismas cosas ocurren en la casa. Ellos ven esto, y siendo así, dejan de reverenciar a los padres. Los niños concluyen: los padres son falsos, son hipócritas.
Y recordad, los niños que han perdido la confianza en sus padres nunca desarrollarán la confianza en Dios. Los niños tienen su primer vislumbre de la fe, de Dios, con y a través de los padres. Si eso es destruido, es seguro que serán ateos posteriormente. Tienen la primera percepción de Dios en la rectitud de los padres. Los padres son los primeros y los más próximos en invocar reverencia en los niños. Si eso resulta ser una mera ilusión, resultará difícil inclinar a esos niños hacia Dios mientras estén vivos. La relación se ha roto, porque sus primeras deidades les traicionaron: su padre y su madre resultaron ser deshonestos.
Hoy en día, la generación moderna niega la existencia de Dios, ridiculizan la idea de la liberación y califican de patraña a la religión, no porque hayan explorado y ello les haya llevado a esa conclusión, sino debido a la traición de los padres. Es por esto que han caído en el escepticismo.
Esta sensación de traición ha surgido debido a que los adultos han expuesto erróneamente un hecho de la vida: el sexo. Se debería explicado honestameme a los niños que el sexo forma parte intrínseca de la vida, que hemos nacido del sexo, y que éste también forma parte de sus vidas. Esto les ayudaría a comprender la conducta de los padres desde una perspectiva apropiada y cuando crecieran y adqui-rieran experiencia vital, se sentirían llenos de respeto por la honestidad de sus padres. El surgimiento de la fe y del respeto en los niños pre-parará el terreno para una vida religiosa.
Actualmente, los niños sospechan de los padres -los sienten hipó-critas y no sinceros- y de allí el choque entre las ideologías o no-ideologías, entre la generación más joven y la mayor. La represión del sexo ha separado a marido y esposa, y ha colocado a los niños en actitud desafiante frente a los padres.
No necesitamos la represión del sexo. Lo que necesitamos ahora es la clarificación del sexo. Apenas los niños maduren e investiguen, los padres deberían exponer abiertamente, en forma admisible, las principales realidades de la vida. Esto debiera hacerse antes de que los niños se pusieran innecesariamente inquietos y sintieran una curiosidad en un grado indeseable o alimentasen una atracción mal-sana que les incitase a satisfacer su curiosidad, su ansiedad, en lugares inapropiados. De otro modo, y tal como es el caso hoy en día, los ni-ños encuentran lo que desean saber, pero a través de gente ina-propiada, en circunstancias desfavorables y mediante prácticas peligrosas. Este estilo de cosas resulta perjudicial y ruinoso. Sus conse-cuencias son el dolor y la tortura por el resto de sus vidas y, finalmente, se levanta un muro de vergüenza y secreto entre los niños y sus padres.
Los padres no podrán nunca llegar a saber nada de la vida sexual de sus hijos en la medida en que los niños sean apartados de la vida sexual de sus padres. Esta alienación debida al juego del escondite resulta muy peligrosa. Los niños deben tener una educación sensata, una educación correcta respecto al sexo.
En segundo lugar, se les debería enseñar a meditar, a cómo per-manecer calmados, cómo estar serenos, cómo ser silenciosos, cómo alcanzar el estado de no-pensamiento. El niño puede lograr eso con mucha, mucha rapidez. Cada hogar debería programar un tiempo especial para llevar a los niños «al silencio», y eso sólo es posible cuando vosotros como padres, también practiquéis con ellos. En cada hogar debería ser obligatorio reservar una hora para estar sentados en silencio. Si fuese necesario, uno debería eliminar una de las comidas del día, pero la hora de silencio debería ser observada a cualquier precio. No puede llamarse familia a aquella que no observa una hora de silencio. Eso no es ni siquiera un hogar.
Una hora diaria de silencio conservará la energía y en un lapso de catorce años surgirá, se abrirá, la puerta de la meditación, aquella me-ditación con la que el hombre contacta el no-tiempo, la ausencia de ego y con la que uno obtiene un vislumbre del alma y del Sublime Supremo. Un encuentro con esa cosa sublime antes de la experiencia del sexo pondrá un alto a la loca carrera tras del sexo, pues la energía habrá hallado un camino mejor hacia el éxtasis. Y ésta es la primera etapa del proceso hacia el celibato: la trascendencia del sexo. Y el ca-mino es la meditación.
El segundo aspecto fundamental es el amor. A los niños se les debería enseñar el amor desde la infancia. No tiene fundamento alguno el temor generalizado de que enseñar el amor conducirá al hombre a los laberintos del sexo. El enseñarle acerca del sexo puede conducir al hombre hacia el amor, pero el enseñar el amor nunca llevará al hombre a la sexualidad. La verdad del asunto discrepa de la creencia generalizada. La energía del sexo es transformada en amor.
Un hombre es capaz de derramar amor sobre aquellos que le ro-dean en proporción directa al amor que está creciendo en él. En la medida en que te encuentras vacío de amor, te hallas lleno de sexo. Y seguirás estando focalizado en el sexo.
Cuanto menos ama un hombre, más odia. Cuanto menor sea el grado de amor que colme en su vida, más malévola será ésta. Los que se hallan faltos de amor se hallan, en ese mismo grado, llenos de envidia. Cuanto menos ama un hombre, más en conflicto vive. La gente tendrá tantas más preocupaciones, más infelicidad y más complejos de inferioridad cuanto más les falte el amor en sus vidas, Cuanto más se halle sumergido el hombre en preocupaciones, en su vanidad, en falsedades y en estados similares, en mayor medida su energía se debilitará, enfermará y languidecerá y estará más tenso y tirante en todo momento. Y para este grupo de emociones toscas y groseras, degradadas e inferiores, no existe otra puerta de salida que la del sexo.
El amor transforma las energías. El amor es fluido, creativo; fluye y sacia. Esa gratificación es mucho más valiosa y profunda que la que se obtiene por medio del sexo. Aquel que se halla familiarizado con este sentimiento nunca buscará ningún otro sustituto del mismo modo que aquél que adquiere joyas nunca buscará piedras...
Sin embargo, un hombre lleno de odio no puede encontrarse nunca satisfecho. Siempre está inquieto; lo destruye todo con su movimiento. Y la destrucción nunca trae felicidad. Sólo la creación puede dar un sentimiento de gratificación. Un hombre lleno de envidia siempre se mantiene beligerante y en conflicto, pero ese estado nunca le aportará satisfacción. Una persona agresiva invade el territorio de los demás.
Pero el éxtasis sólo puede lograrse mediante el dar, nunca median-te el tomar. El poseer y el acumular nunca aportarán paz a la mente, sino que dicha paz solamente podrá alcanzarse a través del dar y el compartir. Un hombre ambicioso salta de un cargo a otro; nunca se halla en paz. Aquellos que no van tras el poder, sino tras el amor, aquellos que derraman amor a todo su alrededor, se hallan en exaltado éxtasis. Cuanto más lleno de amor se halle un hombre, más satisfacción, una satisfacción profunda, un goce, una sensación de realización, encontrará en lo más profundo de su corazón. Un hombre así no se interesará ni intentará dirigir su atención hacia el sexo, pues el éxtasis que puede lograrse a través de éste se halla siempre a su alcance a través del amor.
El siguiente paso consiste en hacer crecer al amor en su total mag-nitud. Debiéramos adorar al amor, debiéramos contribuir al amor; debiéramos vivir en amor. Pero el amar solamente a los demás, no es una prueba de amor. La devoción al amor es colmar toda la perso-nalidad de amor. Estoy hablando de una educación plena en el amor. Deberíamos recoger del suelo una piedra como si estuviéramos levantando a un amigo; deberíamos estrecharle la mano a un enemigo del mismo modo que se la estrechamos a un amigo.
Algunas personas tratan a las cosas materiales con amoroso cuidado, mientras otros dispensan a los demás un trato que ni siquiera debiera dársele a los objetos inanimados. Para un hombre inmerso en el odio, los humanos no son mejores que los objetos inanimados. Pero un hombre lleno de amor otorga una individualidad, una personalidad, incluso a los objetos inanimados que toca.
Un docto viajero fue a ver a un célebre fakir. El hombre, que se hallaba irritado por algún motivo, probablemente debido a las penurias del viaje, se desató airadamente los cordones de los zapatos y lan-zándolos a un rincón, abrió la puerta con un fuerte golpe.
Un hombre enojado se quita los zapatos como si éstos fuesen enemigos. Incluso abre una puerta como si hubiese una sólida ene-mistad entre él y la puerta. El hombre abrió la puerta, entró y ofreció sus respetos al fakir.
El fakir le dijo: «No, no acepto tus respetos. Primero, ve y dis-cúlpate con la puerta y con los zapatos».
«¿Qué ocurre? ¿Disculparme con una puerta y unos zapatos? ¿Son acaso seres vivos?».
El fakir replicó: «No pensaste en eso mientras te enfadabas con esos objetos inanimados. Arrojaste los zapatos como si tuvieran vida, como si tuvieran la culpa de algo. Abriste la puerta como si ésta fuera tu enemiga. No, puesto que reconoces su individualidad al enfadarte con ellos, deberás rogar su perdón. Por favor, ve y ofrece tus dis-culpas, de lo contrario, no estoy dispuesto a entrevistarme contigo».
El viajero pensó: «Si he venido de tan lejos a ver a este ilustre fakir, sería ridículo que nuestra entrevista finalizara debido a un asunto tan trivial», de modo que se acercó a los zapatos con las manos enlaza-das y les dijo, « Amigos, perdonad mi insolencia». Le dijo a la puerta: «Lo siento, cometí un error al empujarte así, con esa rabia».
¡Qué momento para él!. El viajero escribió en sus memorias que se sintió muy ridículo al principio, pero al terminar de disculparse algo nuevo surgió en él. Se sintió tan calmado, tan sereno, tan sose-gado... Se hallaba más allá de las posibilidades de su imaginación el concebir que un hombre pudiera sentirse tranquilo, sereno y alegre por haberle pedido disculpas a una puerta y unos zapatos.
Entró y se sentó al lado del fakir. Este comenzó a reírse y le dijo: «Ahora está bien. Estás a tono; podemos hablar. Puesto que has mos-trado algo de amor, ahora te hallas desahogado. Ahora puede haber una comunicación entre nosotros».
Lo fundamental no reside en amar sólo a los seres humanos, sino que se trata de estar lleno de amor.
El decir que has de amar a tu madre es erróneo; es una tergi-versación. El que un padre solicite que le amen por su condición de padre, constituye una enseñanza equivocada. Está ofreciendo un moti-vo para el amor. Si una madre le pide a un niño que la ame por la sencilla razón de que es su madre, estará imponiendo algo incorrecto, pues el amor que implica «porqués» y «por lo tanto» no es tal amor. El amor no debería tener razones, no debería quedarse atrapado con razonamientos. La madre dice: «Te he cuidado, te he criado; por lo tanto, ámame». Ella está aportando un motivo: allí finaliza el amor. Si se le fuerza, el niño podrá mostrar algún afecto en forma superficial, porque ella es su madre... No, el objetivo del enseñar a amar no es el expresar amor en virtud de alguna causa o motivo, sino que es el de crear un medio para que el niño se llene de amor.
Has de entender que de lo que se trata es del crecimiento de la personalidad del niño, que se trata de su futuro, que se trata de que sea amoroso con quienquiera que se encuentre: sea una piedra, un ser humano, una flor, un animal o lo que sea. No se trata de amar únicamente a un animal o a una flor o a una madre o a una persona determinada; de lo que se trata es de llenarse de amor. De esto depende el futuro, el futuro de la Humanidad. Las tremendas posibilidades para el florecimiento de la felicidad en la vida de un hombre dependen de la cantidad de amor que contenga en su interior. Un hombre lle-no de amor puede estar libre de la sexualidad, sin embargo, no da-mos amor, no creamos fervor por el amor.
Por supuesto que a veces hacemos teatro en nombre del amor... ¿Crees que un hombre es capaz de amar a una persona y al mismo tiempo odiar a otra persona? No, es imposible. Un hombre lleno de amor, incluso cuando se halla solo, estará lleno de amor, pues el amor constituye su naturaleza misma; no tiene nada que ver con la relación que tengas con él. Un hombre lleno de ira estará enojado incluso si está solo. Un hombre lleno de odio, odia aun cuando está solo. Obser-va a ese hombre cuando está solo y verás que se halla irritado aun cuando no muestra su ira hacia nadie en especial. Todo su ser rebosa odio e ira. Del mismo modo, si ves a un hombre lleno de amor, sentirás que, incluso cuando se halla solo, está rebosante de amor. Las flores que florecen en la jungla diseminan fragancia, haya alguien que las aprecie o no, haya alguien que pase por ahí o no. Una flor siempre está esparciendo su fragancia innata. Diseminar su aroma es su natu-raleza. No te ilusiones creyendo que la flor emite su fragancia para ti.
Nuestro ser debería estar lleno de amor. No debería depender de aquello que amamos. Pero el amante desea que su amada lo ame a él y a nadie más. «Amor significa amarme solamente a mí», dice. No sabe que aquellos que no son capaces de amar a todos, no son capaces de amar a nadie. La esposa afirma que el marido debiera amarla sólo a ella y que no debiera mostrar afecto por nadie más. Y no sabe que ese amor es falso y que ella lo ha vuelto falso. ¿Cómo puede un es-poso que no se halle en todo momento lleno de amor hacia todo el mundo, ser «amoroso» con la esposa?
Estar lleno de amor es la naturaleza de la vida. No se puede estar lleno de amor hacia alguien y no sentir nada de amor hacia otra per-sona. Pero la Humanidad no ha sido capaz de comprender esta sencilla verdad. El padre le pide al hijo que lo ame; pero, ¿acaso le enseñó alguna vez al niño a amar al anciano sirviente de la casa? No, porque es un sirviente... ¿No es acaso un hombre? Puede que el sirviente sea viejo, pero puede ser también el padre de alguien. Pero no, es un sirviente y no hay porqué ser cortés o sentir amor hacia él. Pero este padre no sabe que al envejecer se quejará si su hijo no le demuestra afecto. El niño se podría haber convertido en un hombre lleno de amor si se le hubiese enseñado a amar a todo el mundo. Y entonces, también habría respetado a su anciano padre.
El amor no es una relación. Es un estado del ser. Forma parte esencial de la personalidad del hombre. Así, la segunda etapa en la enseñanza del amor es enseñar al niño a amar a todo el mundo. Si, por ejemplo, un niño no cuida adecuadamente un libro, debería indicársele que tratando al libro de forma impropia se está haciendo un mal a sí mismo. Si te comportas en forma brutal con tu perro, eso representa un defecto en tu personalidad. Eso prueba que te hallas desprovisto de amor. Y aquél que no se halla lleno de amor, no es un hombre.
Recuerdo la historia de un fakir que vivía en una pequeña choza. Era alrededor de medianoche y llovía intensamente. El fakir y su es-posa estaban durmiendo. De repente llamaron a la puerta. Alguien solicitaba cobijo.
El fakir despertó a su esposa: «¿Has oído? Hay alguien allí afuera», le dijo. «Será algún viajero, algún amigo desconocido».
¿Te das cuenta?. Le dijo, «¿Algún amigo desconocido?». Ni siquiera somos amistosos con aquellos que conocemos. La suya fue una ac-titud de amor.
El fakir dijo: «Algún amigo desconocido está esperando afuera. Por favor, abre la puerta».
Su esposa le dijo: «No hay espacio; ni siquiera es suficiente para nosotros dos. ¿Cómo va a caber una persona más?».
El fakir le respondió: «Querida, éste no es un palacio de un rico. No puede hacerse más pequeño. El palacio de un rico parece más pequeño cuando llega un nuevo huésped, pero ésta es la choza de un pobre».
Su esposa le dijo: « ¿Qué tienen que ver pobres y ricos con esto? La pura realidad es que ésta es una cabaña muy pequeña».
El fakir replicó: «Si hay suficiente espacio en tu corazón, sentirás que la choza es un palacio, pero si tu corazón es angosto, incluso un palacio te resultará insuficiente. Por favor, abre la puerta. ¿Cómo podemos rechazar a un hombre que ha acudido a nuestra puerta? Hasta ahora podíamos estar tumbados. Puede que los tres no poda-mos estarlo ya, pero al menos podremos sentarnos. Hay un hueco más para estar sentados».
La esposa tuvo que abrir la puerta. El amigo entró, empapado. Le dejaron unas ropas, se sentaron juntos y comenzaron a charlar. Al cabo de un rato, llegaron otras dos personas y llamaron a la puerta.
El fakir dijo: «Parece ser que nuevamente ha venido alguien», y le pidió al nuevo amigo, el más cercano a la puerta, que abriera. El hombre le contestó: « ¿Abrir la puerta? No hay espacio suficiente». El hombre, el cual momentos antes había hallado cobijo en esta choza, olvidó que no había sido el amor del fakir hacia él el que le había hecho un hueco, sino que había encontrado cobijo porque había amor en la choza. Ahora, nuevamente, había llegado más gente, y el amor debe acomodar a los recién llegados.
Pero el hombre dijo: «No, no es necesario abrir la puerta. ¿No ves que casi ni podemos estar de cuclillas?»
El fakir dijo: «Amigo, ¿Acaso no te hice a ti un hueco? Se te per-mitió entrar porque aquí dentro moraba el amor; está aún presente, no se ha agotado contigo. Por favor, abre la puerta. Ahora estamos sentados a cierta distancia unos de otros; tendremos que agrupamos más. Y además, en esta noche fría, puede ser grato sentarse juntos».
Tuvo que abrir la puerta. Dos recién llegados entraron. Todos se sentaron juntos y comenzaron a trabar amistad unos con otros.
Pasó un rato... seguía lloviendo, y la noche transcurría. Entonces llegó un burro y empujó la puerta con su cabeza. El burro estaba em-papado; quería abrigo para la noche. El fakir le pidió a uno de los últimos que había llegado, que estaba sentado casi en la puerta, que la abriera: «Ha llegado un nuevo amigo».
Después de atisbar afuera, el hombre dijo: «Este no es un amigo ni nada. Es un asno. No es necesario abrir».
El fakir le dijo: «Quizás no sabes que, a la puerta del rico, los hombres también son tratados como animales. Esta es la choza de un pobre fakir y estamos acostumbrados a tratar incluso a los animales como a seres humanos. Por favor, abre la puerta».
Los hombres dijeron, al unísono: «Pero ¡no hay sitio!».
El contestó, «Hay suficiente espacio. En vez de estar sentados, todos nos pondremos de pie y le haremos un hueco. No os inquietéis, si es necesario yo saldré y le dejaré mi sitio. ¿Acaso no puede el amor hacer esto también?»
Es imperativo tener un corazón lleno de amor; debiéramos tener una actitud amorosa. La cualidad humana surge únicamente cuando hay un corazón amoroso y, junto con ello, un sentimiento de satisfacción, una profunda y maravillosa satisfacción. ¿Has notado alguna vez que, después de mostrarle algo de amor a alguien, todo tu ser se ve invadido por una ola de satisfacción, por un estre-mecimiento de alegría? ¿Te has dado cuenta alguna vez de que los momentos de serena satisfacción son aquellos en que el amor incon-dicional se hallaba presente?
Y el amor puro sólo puede sobrevivir si no se ve adulterado con condiciones. Un amor condicional no es amor. ¿No has tenido una sensación de complacencia después de haberle sonreído espon-táneamente a un desconocido en la calle? ¿No sentiste una brisa de paz después de hacerlo? La ola de plácida alegría que experimentas después de levantar a un hombre que se ha caído, tras animar a una persona decaída o regalar flores a un hombre enfermo, no tiene límite. No ocurre lo mismo cuando lo haces porque él o ella sean tu padre o tu madre. No, puede que esa persona en particular no sea nadie espe-cial para ti, sino que tú lo hagas porque el regalar es en sí mismo una recompensa, un gran placer.
El amor debe expandirse en nuestro interior: el amor hacia las plantas, el amor por los seres humanos, el amor por los desconocidos, el amor por los extranjeros, el amor por aquellos que se hallan camino de la luna, de las estrellas. El amor debería estar siempre aumentando.
La posibilidad de la presencia del sexo en la vida disminuye a medida que el amor aumenta en nuestro interior. El amor y la medi-tación abrirán la puerta hacia Dios. El amor y la meditación, unidos, llegan a Dios y hacen florecer el celibato en la vida del hombre. Entonces, toda la fuerza vital asciende a través de un nuevo pasaje; no fluye hacia afuera, nunca retrocede. Asciende desde adentro; as-ciende en su viaje hacia los Cielos. En la situación actual, nuestro viaje es descendente, hacia el sexo; la naturaleza dictamina que la energía del sexo sólo fluye hacia abajo. El celibato es el viaje as-cendente de la fuerza vital, y el amor y la meditación son los ingre-dientes fundamentales del celibato.
Mañana hablaremos acerca de lo que obtenemos mediante el celibato. ¿Qué obtenemos? ¿Adónde llegamos?
Hoy os he hablado de dos cosas: del amor y de la meditación. Os dije que el entrenamiento debe comenzar desde la infancia; sin em-bargo, no debéis inferir que, dado que no sois niños, ya no hay nada que podáis hacer. Si así fuera, lo que hago sería una pérdida de tiempo. Cualquiera que sea tu edad, este trabajo puede iniciarse en cualquier momento. Aun cuando se vuelve más difícil con el paso de los años, el recorrido de este camino puede ser emprendido en cualquier momento de la vida. Es mejor emprenderlo en la niñez, pero es tam-bién bueno iniciarlo en cualquier etapa de la vida. Podemos iniciarlo hoy. La gente de más edad que está dispuesta a aprender, que tienen aptitudes para aprender, son niños, aun cuando tengan una avanzada edad. Ellos también pueden comenzar; pueden aprender, si no han dado por sentado que lo saben todo o que han alcanzado ya algo deseable.
Buda tenía un discípulo consagrado a él desde hacía muchos años. Un día, Buda le preguntó: «Oye, ¿cuántos años tienes?»
El monje le respondió: «Cinco años».
Buda se quedó sorprendido: «¿Cinco años? Tu aspecto es de al menos setenta años, ¿por qué me contestas esto?»
El monje replicó: «Digo esto, porque el rayo de la meditación en-tró en mi vida hace cinco años. Desde hace solamente cinco años, el amor ha llovido en mi vida. Antes de eso, mi vida era como vivir en medio de sueños. Era como existir dormido. Yo no considero esos años al dar cuenta de mi edad. ¿Cómo podría hacerlo? Mi verdadera vida comenzó hace sólo cinco años. Es por eso que digo que tengo sólo cinco años de edad.»
Buda advirtió a todos sus discípulos que tomaran nota de esto.
Todos vosotros deberíais calcular vuestra edad de esta manera; esa es la forma de calcular la edad. Si el amor y la meditación todavía no han nacido en ti, tu vida, por el momento, es negada; todavía no has nacido. Pero nunca es demasiado tarde para empezar. Todos deberíamos esforzarnos en pos de una vida superior. Y para eso, nunca es tarde.
No saquéis como consecuencia de mis palabras que, al haber atravesado ya la infancia, esta charla va dirigida a las generaciones futuras. Nunca es demasiado tarde para que aquél que ha emprendido el camino equivocado no pueda volver al correcto. Nadie se ha des-viado tanto que no pueda verse beneficiado por la verdadera luz.
Comparativamente hablando, este viaje no requiere mucha osadía. La satisfacción que se obtiene a las puertas de la Iluminación al lograrlo es mucho mayor que cualquier esfuerzo que se haya podido hacer. El simple vislumbre de ese rayo de luz, de esa alegría, de esa Verdad, nos comporta el sentimiento de que hemos logrado mucho con un esfuerzo mínimo; nos muestra que hemos alcanzado aquello que escapa a toda estimación con muy poco esfuerzo de nuestra parte.
Por favor, no mal interpretéis mis palabras. Ese es mi humilde ruego.
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