Solteros involuntarios


Frases como “a nuestra edad todos los hombres ya están comprometidos” o “las mujeres que encuentro siempre me dejan”, señalan los conflictos que sufren algunas personas para tener pareja. Encontramos en estos individuos cierta queja por un destino amoroso indeseado, como si no pudiéramos hacer nada contra las cosas que nos suceden porque todo dependiera de algo que no dominamos.

Las parejas las elegimos o las rechazamos desde deseos inconscientes en gran medida incontrolables, pero que son nuestros. Los desconocemos pero actúan sobre lo que nos sucede con el otro y tienen una influencia determinante en el destino de permanecer soltero.

Aunque son muchas las racionalizaciones que se pueden esgrimir para explicar esta situación, la más común es la de acentuar lo malo del matrimonio y deducir sin más que se está mejor solo. El miedo a amar y a la sexualidad habita en aquellos que permanecen solteros sin quererlo.

Estas personas están dominadas por fantasías asociadas a la idea de que el compromiso es malo para ellos y por este motivo lo rechazan. Tales fantasías guardan relación con perder la libertad y sentir que no son dueños de su vida. Las relaciones se convierten entonces en encerronas sentimentales que les ahogan.

En realidad, conciben al otro como un dominador o un controlador de sus vidas y optan por la libertad pagando por ella el precio de la soledad, a lo que hay que añadir que, según pasan los años, las exigencias hacia la otra persona aumentan y la complejidad de las relaciones es mayor.El soltero involuntario no quiere arriesgarse a asumir los riesgos que conlleva una relación porque teme repetir vínculos destructivos.

No tuvo modelos en los que apoyarse, porque nadie le dio una imagen gratificante de una relación de pareja. El trabajo y las relaciones compulsivas, sobre todo en hombres, suelen llenar su tiempo. Tras estas posturas vitales se halla el miedo a ser rechazado, a la dependencia del otro, a no tener el control: en definitiva, se huye de ser vulnerable.

Su fragilidad emocional es grande y lo sabe de una forma inconsciente, por lo que se defiende de caer en una situación que le haga sufrir: prefiere encerrarse en la soledad que abrirse a las inseguridades de la relación con otro. la pareja ideal. “Los hombres que me gustan tienen pareja y los que están libres no me atraen o no quieren comprometerse”, explica María a su amiga Sofía. “¿Qué pasó con Luis? Me dijiste que os iba muy bien”, responde esta. “Me equivoqué. Al final, cuando empezamos a plantearnos una vida en común, cambió su forma de relacionarse conmigo, volviéndose posesivo y controlador”, concluye María.

No es la primera vez que Sofía escucha las dificultades de su amiga para formar una pareja por lo que le argumenta: “Creo que por un lado aseguras que quieres tener una pareja estable, pero por otro, cuando aparece la posibilidad de formalizar un compromiso, siempre encuentras dificultades”. Y María tiene que darle la razón a su amiga: “A lo mejor es que soy demasiado exigente, pero sé lo que no quiero y no estoy dispuesta a tener una pareja que me quite la libertad y la independencia.

Para estar mal acompañada, es preferible estar sola”. verdadero dolor. Esta es una de las racionalizaciones con las que María explica sus dificultades para formar la pareja que asegura desear. Se imagina el compromiso como algo que le va a quitar lo que tiene y teme perder su tranquilidad afectiva. Las relaciones amorosas le producen una inseguridad por la que no quiere pasar.

El mensaje que recibió de su madre es que una mujer está mejor sola y con un trabajo, que casada y con hijos. Su padre, por su parte, es posesivo y celoso, características que ella percibe y exagera cuando intenta formalizar sus relaciones. Así, María tiene miedo a comprometerse porque teme repetir la mala relación de sus padres. Algunos solteros involuntarios pueden estar realizando deseos que han heredado de sus padres, quienes les han transmitido el mensaje de que, si no se comprometen, van a ser más felices.

Estas personas quedan enganchadas a sus progenitores y no reemplazan en su corazón a los primeros objetos en los que depositaron su amor. Cuando la queja por no encontrar pareja reviste dolor se establece en el interior del soltero involuntario una lucha de intereses. Esta ambivalencia le impide llevar a cabo sus propios deseos.

Pero cuando la queja proviene de alguien feliz con su soltería, se trata de una queja para defenderse contra un posible ataque de una sociedad que demanda la relación de pareja para su supervivencia. En este caso, no se trata de ser depositario de una herencia inconsciente que no se desea, sino de haber aceptado esa herencia y encontrado una fórmula de vida con la que se siente cómodo y a la que no se quiere renunciar.

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