La confianza interpersonal


El sentido de confianza debe partir de nosotros mismos hacia los demás de una manera creciente y paulatina y moderada en primera medida por el conocimiento de las compatibilidades, deseos, proyecciones, actitudes y sentimientos del otro.

Cierto día, una profesora tomó a una de sus alumnas por el brazo, la condujo hasta una habitación pequeña y sin ventanas, la ató mediante el torso a una silla y colocó un pupitre delante de ella con varias hojas en blanco, un lápiz y una goma.
Luego anotó en la parte superior de la primera carilla: Soy capaz de escribir la lección oral sobre literatura inglesa del día de hoy y luego dirigirme al curso y leérsela a mis compañeros. La docente se marchó y al cabo de una hora la joven se hallaba de pie frente a sus compañeros leyendo su producción escrita. Aquella joven soy yo y la conducta de la profesora podría resultar inapropiada, si no fuera porque padecí dislexia e hiperactividad desde pequeña. Jamás voy a olvidar que a partir de ese día empecé a confiar en mí misma.

Desarrollar la autoconfianza

La confianza en los demás parte de la que profesamos por nosotros mismos. Confiar en la posibilidad de superación es entender las limitaciones de los otros. Se trata de un intercambio constante de energía, la cual debemos procurar que sea en principio positiva aunque del otro lado no siempre encontremos una respuesta acorde. La clave de una buena convivencia familiar, comunitaria y hasta universal es la confianza en distintos órdenes. Sin la misma permaneceríamos aislados de nuestro entorno próximo, ocultando una condición inevitable en esta clase de comportamientos, que es el haber dejado de creer en nosotros mismos y culpar a los otros.

Confiar es arriesgarse a lo desconocido y expresar ese sentimiento en diferentes contextos. Es confianza la que dirigimos hacia el chofer del taxi que va a llevarnos y lo es también la que elegimos demostrarle a una persona para que sea nuestra pareja. Por lo común desligamos responsabilidades en nuestros semejantes para no hacernos cargo de nuestras falencias a la hora de relacionarnos con otro.
Mi vínculo con los demás

Las relaciones de toda índole se basan en la confianza, la cual es innata en una persona de estructura psíquica sana, al igual que lo es la desconfianza como contrapartida al primer indicio de duda o confusión. Por lo tanto, una tarea indispensable a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes, es empezar a descubrir qué soy capaz de hacer por ellos o de qué manera voy a retribuir lo que hicieron por mí. Eso de dar sin esperar nada a cambio, es una bonita frase hecha insustancial y refutable en la realidad contractual. Sin duda debemos esperar reciprocidad, porque sin ella la confianza se desvanece y aparece ante nosotros un ser incapaz de dar afecto, o alguien demasiado preocupado por sí mismo y su mundo como para perder tiempo en compartirlo con nosotros. Una única acepción se vuelve justificable a esta regla y es cuando una persona se encuentra sumida en sí mismo para poder proyectar lo mejor de sí mismo, sin afectar a nadie en su transcurso. Aunque ese es un acto de heroicidad reservado para unos pocos.

Demasiado “buenos”

Ser “confiado” es evidentemente también ser un idiota, porque la confianza se funda en dar lo mejor de nosotros para recibir lo mismo en compensación.

¿Cuántas personas terminan sus relaciones de pareja por no soportar que su grado de entrega sea incomparable al del otro?

¿Cuántos hijos terminan siendo lo que sus padres decidieron o proyectaron en ellos para no defraudarlos?

¿Cuántas veces oímos en medios de prensa, casos de estafas, traiciones y venganzas?

Ocurre con frecuencia que si bien entre dos personas existe una confianza recíproca, no está encausada con la misma intencionalidad, es el caso de las emociones relacionadas al sexo o a la pareja que pueden surgir en medio de una relación de amistad.
Cosechamos lo que sembramos

Por último, quisiera denotar una impresión general acerca de la confianza, y es que para sentirla basta con admirar las virtudes que otro desea compartir con nosotros, pero ante su pérdida reestablecerla requiere de un gran esfuerzo emocional en ocasiones imposible.

No creemos dudas donde no las hay ni sembremos especulaciones innecesarias, pero tampoco mantengamos una conducta proclive a generar la atracción indiscriminada de los demás, porque de ese modo es improbable que logremos relaciones estables.
Reflexión

Recordemos que podemos perder en un único acto de indiferencia el sentido de la confianza de quienes amamos, y por consiguiente herir de muerte a nuestro amor propio.

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