El Silencio Interior
A veces es necesario estar en silencio, no para angustiarse ante la nada sino para poder empezar de nuevo.
La vida es movimiento, pero todo movimiento termina, tiene un resultado, para dar lugar a otro nuevo quehacer. De este modo nos enseña que en algún momento hay que parar para poder mejorar la perspectiva.
Las polaridades son las creadoras de movimiento; como sueño y vigilia, descanso y trabajo, niñez y juventud.
Cuando algo termina se produce un intervalo vacío, un silencio que algunos no pueden soportar porque no saben que es el tiempo de dejarse llevar, de no actuar, para Ver mejor.
La ansiedad hace que en esos momentos nuestros pensamientos comiencen a trabajar en forma incontrolable, cuando es mucho mejor evitar nuestros pensamientos viejos para tener mejores ideas.
Cultivar el arte de no hacer nada puede cambiarnos la vida porque significa que estamos abiertos a lo nuevo, libres de condicionamientos del pasado, de estructuras rígidas, poder ver lo que antes no veíamos, darnos cuenta de habilidades insospechadas, de nuevos afectos, y de puntos de vista que nos revelan nuevos aspectos de todo lo que creíamos conocer; de todo aquello que nos parecía imposible desde otra perspectiva y que ahora, viéndolo de otra manera parece fácil.
Este silencio interior es un paréntesis productivo, no recrimina, no exige nada ni pasa facturas, no nos obliga a huir de nosotros mismos ni a buscar evadirnos con escapes intrascendentes, no nos revela los incumplimientos, ni nos tortura con la culpa, al contrario, es aleccionador y es un agradable refugio para sentirse en paz consigo mismo.
El silencio interior es saludable, nos relaja, nos equilibra y nos armoniza y nos permite descubrir una manera de estar en el mundo sin hacer absolutamente nada.
Esto se logra cuando se renuncia a la planificación, al mandato exigente a hacer algo con el objetivo de obtener resultados. Nos permite recobrar la espontaneidad que hemos perdido gracias a las agendas llenas; perder el tiempo, para ganar entusiasmo y ganas de vivir.
Cuando nos liberamos del apuro y estamos más receptivos, nos sorprendemos y descubrimos que las cosas más comunes también nos interesan y recobran su verdadero valor.
Uno puede empezar a vaciarse interiormente, aprendiendo a hacer todo más despacio, sin apuro, sin horarios, sin fechas, sin presiones y esto no es imposible.
Porque aún después de haber cumplido con todas nuestras obligaciones seguimos estando igualmente hiperactivos dispuestos a hacer cualquier cosa menos estar con nosotros mismos quietos, descansando, sin hacer nada.
No sólo se puede vivir más lentamente sino también más silenciosamente, sin ruidos molestos, sin necesidad de engancharse a intereses efímeros para sentir que estamos vivos ni ponernos los auriculares para escuchar cualquier cosa, menos a nosotros mismos.
El silencio interior es benefactor; y sólo podemos temer al silencio aterrador que se empeña en llenarse de pensamientos que nos esclaviza con los planes, los proyectos, las citas, los compromisos, y todo lo que tenemos que hacer que nos tortura.
Algunos futurólogos piensan con acierto que el peor problema del futuro para el hombre va a ser evitar el ocio.
El ocio es el fantasma del jubilado, del hombre rico, de la mujer acomodada, de los jóvenes descarriados, de los niños consentidos.
Los domingos son los días en que se registran más suicidios, las personas solas se aburren de sí mismas y necesitan muletas ocasionales para poder entretenerse y no arriesgarse a abstraerse y descubrir que lo más extraordinario son ellas mismas.
El que no encuentra nada dentro de sí mismo busca afuera desesperadamente obligaciones para estar ocupado, y nunca podrán descubrir su maravilloso silencio interior ni lo entretenido que es no hacer nada.
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