No sé si te quiero o no te quiero


Qué difícil resulta entender nuestros sentimientos, principalmente porque son ambivalentes.

La vida cambia a cada instante y todo a nuestro alrededor crece y se renueva; y nuestros sentimientos también cambian.

Cuando se inicia una relación de pareja, todo parece andar sobre rieles, no se perciben fallas de carácter ni defectos y cualquier error o falta no se tiene en cuenta. Sólo se tiene la necesidad del otro, se anhela su proximidad, mirarlo a los ojos y permanecer tomados de la mano mucho tiempo, sintiendo que todo está bien en nuestro mundo.

Es una sensación única que proporciona el estado de enamoramiento inicial, pero que alguna vez se comienza a atenuar para dejar paso a los verdaderos sentimientos.

En ese estado de ensoñación que no deja lugar para otra cosa, la realidad cambia, las cosas parecen diferentes, nos sentimos felices de estar vivos y somos capaces de ser mejores que antes.

Es un estado de conciencia transitorio, que al mismo tiempo nos puede hacer sentir ansiosos, preocupados y temerosos, modifica la percepción y le da un nuevo sentido a la existencia.

Sin embargo, después de un tiempo, la vida nos enfrenta a otros placeres y otros intereses que nos atrapan, ni bien las aguas de la pasión se aquietan y la rutina de lo cotidiano va borrando esa cosa maravillosa que sentíamos. Es entonces cuando nos vamos llenando de interrogantes.

El amor necesita tiempo para estabilizarse y convertirse en algo duradero. Deberá compartir otros intereses que el desarrollo normal de la vida exige, como los proyectos, las vocaciones, las profesiones y el trabajo.

Podemos volvernos más callados, sentirnos más cansados y con menos ánimo para enfrentar el encuentro amoroso. Pero eso no es falta de amor, es parte de la vida, continuar creciendo y buscándose a si mismo.

No es que hayamos cambiado, sino que volvemos a estar como antes de enamorarnos, más normales.

Es necesario darse cuenta que sentir que hay alguien en el mundo que nos ama tal como somos, es lo mejor que nos puede pasar, y que es la mejor garantía de una relación duradera.

El hecho de saber que tenemos en quien confiar, que es estable, que nos da seguridad, sin grandes conflictos. dudas o confusión que nos haga sentirnos al borde del abismo, es algo que hay que aprender a valorarlo.

Hay muchos que no lo hacen y pueden comenzar a aburrirse, a inquietarse, a tornarse intolerantes y desconformes, y a hacerse más sensibles a los defectos del otro; y todo eso que en un principio le atraía, ahora se les torna insoportable.

¿Lo amo o no lo amo?, es la pregunta que no abandona tanto al hombre como a la mujer, cuando han recuperado la cordura y el estado normal después del enamoramiento inicial, como si se estuvieran perdiendo algo.

El amor de pareja es de una persona total a otra, con virtudes y defectos que no son fáciles de aceptar cuando no somos capaces de amar.

Relacionarse es interesarse por el otro, entregarse y dejar de pensar nada más que en uno mismo.

La relación es un espejo donde nos podemos mirar mejor a nosotros mismos. Nos enseña cómo es el otro, cómo ve el mundo, cuáles son sus valores y cómo enfrenta los desafíos.

Lo más atractivo de una persona a largo plazo es su fortaleza de carácter y su seguridad en si misma.

Relacionarse es sentirse bien cuando la pareja también está bien, cuando los dos pueden crecer, se pueden complacer con los logros del otro, sin pretender competir y respetándose mutuamente.

Cuando desconfiamos de nuestros sentimientos es porque no estamos dispuestos a madurar y pretendemos vivir en perpetuo estado de enamoramiento.

Pero para vivir envueltos en esa nube efímera todo el tiempo, que nos puede dejar vacíos por dentro, es necesario cambiar de pareja a cada rato.

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