Psicología Transpersonal y Educación
La educación actual, desde el punto de vista de la Psicología Transpersonal, es limitada, dado el avance en la aplicación de técnicas transpersonales en el campo de la vida cotidiana.
Hasta ahora, la educación se basa en la utilización de la capacidad racional del hemisferio cerebral izquierdo, que permite prestar atención, razonar y hacer cálculos, con un predominio de las frecuencias beta, en el orden de frecuencias ondulatorias cerebrales de 15 o más por segundo, que tiene la conciencia ordinaria.
Sin embargo, pueden existir capacidades superiores en base a otras frecuencias ondulatorias cerebrales menores, por ejemplo: alfa (de 8 a 14 por segundo); theta (de 5 a 7 por segundo) y delta (de 0 a 4 por segundo); y formas de aprendizajes más eficaces en estos estados de conciencia no ordinarios y es probable que tanto el control del sistema nervioso autónomo como el arte, se puedan desarrollar mejor. (Green y Green, 1973).
En cuanto el control del soñar, el poder de la curación psíquica (LeShan, 1975) y la posibilidad de experimentar fenómenos paranormales (Ullman, Krippner y Vaughan, 1974), parecen ser posibles en estados de conciencia relajados y orientados desde el interior de los sujetos (Honorton, 1976; Morris, 1976).
La bioreetroalimentación, que plantea el cuestionamiento sobre la relación mente cuerpo (Green y Green, 1977), posibilita el aprendizaje del control de los procesos corporales.
El sistema nervioso autónomo controla actividades como el ritmo cardíaco, la presión arterial, la digestión y las glándulas, hasta ahora no voluntario, pero con la posibilidad de revertir esta condición y tornarse conscientemente controlado; o sea que cada vez más los seres humanos serán capaces de ser dueños de si mismos.
Las técnicas de meditación y de concentración permiten mejorar las relaciones interpersonales y estar mejor con uno mismo (Driscoll, 1972; Rubottom, 1972).
Las experiencias místicas son un campo de infinitas posibilidades que contrariamente a lo que se supone no nos alejan del mundo sino que nos brindan una mejor comprensión de la existencia, incrementan la responsabilidad social, enriquece las experiencias ordinarias y las hacen más placenteras.
Las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte regresan a la vida con mayor calma, pueden renunciar con más facilidad al ego, tienen menos miedo a la muerte, se conocen más a si mismos y pueden desenvolverse mejor que antes en su vida cotidiana (Noyes, 1972; Kubler-Ross, 1975) y Moody (1975).
Las experiencias místicas producidas por medio de sustancias psicodélicas, administradas por terapeutas debidamente entrenados, han mejorado casos de alcoholismo (Abramson, 1967); de cáncer (Richards y otros, 1972); de adicciones (Savage y otros, 1972); de autismo (Mogar y Aldrich, 1969) y han ayudado a solucionar problemas en forma creativa (Harman y otros, 1972).
Estas experiencias pueden beneficiar el estado ordinario de una persona y son terapéuticas en los casos en que se pueden integrar a la vida y a la estructura psíquica personal; además representan un deseo humano natural y básicamente sano de trascendencia (Maslow), similar al impulso sexual (Weil, 1972); y es responsabilidad de psicólogos y terapeutas favorecer su desarrollo.
Lesh (1970) descubrió que la meditación zen aumenta la empatía de los instructores entrenados, que logran a la vez su autorrealización y la posibilidad de vivir experiencias telepáticas.
Roberts (1976) cree que se pueden reorganizar los planes educacionales basándose en una cosmovisión transpersonal del mundo; y Masters y Houston en “Mind games” (1973) proponen ejercicios que pueden ser útiles para el entrenamiento docente.
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